Por Edi Libedinsky
La Habana.- Alfred Nobel tuvo la rara experiencia de poder leer su propio obituario, y lo que vio lo angustió profundamente.
Un científico brillante, Nobel fue un prodigioso químico e inventor. Durante su carrera, recibió cientos de patentes, siendo la más famosa la de la dinamita. Nobel también era un empresario talentoso. Tuvo un éxito especial como fabricante de explosivos y acumuló una gran fortuna en el negocio de armas, llegando a poseer 90 fábricas de municiones.
En 1888, el hermano de Alfred, Ludvig, murió mientras visitaba Cannes, Francia. El periódico local creyó erróneamente que había sido Alfred quien había fallecido, y reportó su muerte bajo el titular “El Comerciante de la Muerte ha Muerto”. El artículo continuaba diciendo: “El Dr. Alfred Nobel, quien se enriqueció al encontrar formas de matar a personas más rápidamente que nunca, murió ayer”.
Ver cómo iba a ser recordado horrorizó a Alfred. Se propuso asegurarse un legado diferente y mejor.
Así, Alfred Nobel, que nunca se casó y no tuvo hijos, utilizó casi toda su fortuna para crear una fundación que otorga premios anuales por distinción en física, química, medicina, literatura y (más famoso aún) la paz. Los Premios Nobel son ahora generalmente considerados el más alto honor que se puede alcanzar en esos campos.
El hombre que parecía destinado a ser recordado como “el comerciante de la muerte” se convirtió en el hombre mejor conocido como el benefactor del Premio Nobel de la Paz.
Alfred Nobel nació en Estocolmo, Suecia, el 21 de octubre de 1833, hace ciento noventa y un años.