Por Manuel Viera ()
La Habana.- No me enteré de nada. Como buen «revolucionario» estaba durmiendo. Pero supe que anoche, luego de 65 horas sin electricidad, mi barrio, a apenas a unas cuadras de los barrios donde viven «ellos», estuvo en las calles.
Cerraron calles, tocaron cazuelas a lo largo de kilómetros y kilómetros, y durante un par de horas el pueblo fue libre.
Me cuentan que no eran borrachos, como dicen «ellos», sino madres con hijos sin comer, ancianos hambrientos, niños que no podían dormir por el calor, en fin pueblo, puro pueblo para nada borracho o intoxicado.
Inevitable fue, al parecer, que volara una que otra piedra y recorriendo el barrio he podido constatar vidrios rotos en algún que otro comercio. Es muy raro que esto pase en mi municipio. Playa es casi inmutable, pero el nivel de desesperación es notable y es casi inaudito que se pida tranquilidad a quien no la tiene.
Dolió mucho ayer ver personas botar entre lágrimas su comida echada a perder, ver comerciantes regalar sus productos, lo cual con casi total seguridad llevará a pérdidas a su incipiente negocio.
Duele mucho ver a nuestros mujeres e hijos llorando del desespero y la impotencia. Nadie pagará los daños. En Cuba nadie paga los daños aunque la responsabilidad sea a todas luces institucional.
La tortura continúa y el pueblo, incluso el más inmutable se desespera. Arde mucho el escuchar que se les llame borrachos, embriagados, indisciplinados. No, no son borrachos, no son embriagados, no son indisciplinados… ¡es el pueblo!
