Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Hay tipos que son gafes, un adjetivo que se lo endilgan a todo aquel que tiene mala suerte. Y el gafe, aunque no quiera, por más que pretenda evitarlo, termina por echarlo a perder todo. Lo que toca se rompe, lo que elogia porque lo cree bien, comienza el camino de retroceso. Es una persona de mala suerte y en esos casos es mejor estar lejos de ella.
Miguel Díaz-Canel es gafe. Tal vez el gafe más grande que haya conocido Cuba. Es fácil probarlo, porque desde que asumió el poder en la isla por mandato expreso e irrebatible de Raúl Castro, no hay nada que vaya bien en la isla. El listado de sucesos es interminable, pero vale la pena recordar algunos.
Desde el 19 de abril de 2018, el hombre que fue antes secretario de la juventud comunista en la Universidad Central de Las Villas y en la provincia de Villa Clara, y secretario del partido comunista en esta provincia y Holguín, además de ministro de Educación Superior, es por ley el que debe mandar en Cuba, aunque sabemos que en la sombra es Raúl Castro aún quien corta el bacalao.
Desde que asumió al frente del país se sucedieron hechos catastróficos en la isla, con perdidas de cientos de millones de dólares, y en muchas ocasiones de decenas de vidas humanas, sin que se haya investigado nada y mucho menos castigado a los culpables.
Apenas un mes después de tomar el poder, un Boeing 737 rentado por Cubana, se cayó instantes después de despegar del aeropuerto de Rancho Boyeros. El avión, propiedad de la aerolínea mexicana Global Air, hacía el vuelo DMJ 0972 hacia Holguín, y su estrepitosa caída costó la vida a 113 de las personas que iban a bordo, incluidos 10 extranjeros. Aunque tres llegaron con vida al hospital, solo una de ellas logró sobrevivir.
Hubo una investigación, un informe medio oculto, pero nadie pagó por haber rentado aquel aparato que tenía acceso prohibido a muchos países, entre ellos Haití, porque era considerado poco seguro.
Unos meses después, en la noche del 27 de enero de 2019, un tornado inusualmente violento arrasó con zonas de varios municipios de La Habana. Un par de días después, mientras recorría una de las zonas devastadas, Díaz-Canel tuvo que salir huyendo ante los gritos de los desamparados vecinos.
Luego llegó la pandemia del coronavirus y los muertos por miles cada día, sin lugares donde hospitalizarlos, sin medicinas ni hospitales de campaña, solo algunas escuelas que no tenían ni las condiciones mínimas para atenderlos, hasta que la propia enfermedad -más que las supuestas vacunas- inmunizaron a la mayoría y cortaron las vía de contagios y muerte.
Entonces llegaron los sucesos del 11 y 12 de julio de 2021. Cientos de miles de cubanos se lanzaron a la calle a reclamar libertad y mejores condiciones de vida, y el mandatario mandó a sus huestes a reprimir.
Ordenó a los revolucionarios a que salieran a la calle a golpear y agredir, y le dio vía libre a los policías, militares y paramilitares a que golpearan sin compasión. Y una vez controlado el conato de rebelión, mandó a los ‘camisas de cuadros’ de la Seguridad del Estado a descabezar el movimiento, a apresar y enjuiciar a los que creyeron líderes, con la colaboración de jueces, fiscales y abogados cobardes. Pero todo no quedó ahí.
En la mañana del 6 de mayo de 2022, una explosión sacudió el Hotel Saratoga, un inmueble de lujo en la parte vieja de la capital cubana. Un escape de gas, mientras se producía la descarga de un camión a la cocina, acabó con el inmueble, dañó algunos de la vecindad, mató a más de 40 personas, algunas de las cuales quedaron sepultadas.
Díaz-Canel llegó al lugar apenas media hora después y solo atinó a decir que había sido un accidente. Un accidente es el argumento que se utiliza en Cuba para que nada se investigue y nadie pague. Y nadie pagó por los muertos.
Por si fuera poco, el 5 de agosto de 2022 explotó uno de los depósitos de petróleo de la terminal de Supertanqueros de Matanzas. La explosión generó un incendio colosal, y mala utilización de los medios y las fuerzas, al extremo de que la explosión de un tanque acabó con la vida de casi dos decenas de personas.
Como en el Saratoga, todo se quedó ahí, nadie pagó por los muertos, muchos de los cuales, o la mayoría, eran reclutas del servicio militar obligatorio, sin experiencia alguna en esas funciones, que casi fueron obligados a inmolarse. Mientras, los voceros del gobierno y el propio Díaz-Canel, solo hablaban de heroicidad, entregaban diplomas, sin tener en cuenta el dolor de las familias de los muertos.
Para entonces, ya se había producido algún apagón general en la isla, y en diferentes poblados, como Nuevitas o Caimanera, la gente se había lanzado a la calle. La represión posterior no se hizo esperar, mientras la isla continuaba hacia abajo como una avalancha en el Himalaya, en medio de campañas para remendar la economía, con una inflación a tope, y un éxodo descontrolado, que terminó por sacar del país a casi dos millones de personas.
Y entonces, en medio de la más grande hambruna de la historia, y sin que se cumpliera aquello de que «el año que viene va a ser mejor», llegaron los apagones más largos de la historia de Cuba, y luego de varios meses enfrentando calor, dengue, oropouche, calamidades, se produjo el apagón total, la desconexión, el país a oscuras, ya por más de 72 horas.
El gafe, mientras, en lugar de hacer algo, solo alerta que quien salga a la calle, a alterar la tranquilidad, será reprimido. Anda de verde oliva, para atemorizar, para que el pueblo crea que otra vez no le temblará la mano a la hora de reprimir, pero él tiene que saber que el gafe, al final, muere, porque alguien se cansa de él y se lo quita del camino. Y ya es hora.