Por Glenda Boza Ibarra
Madrid.- El último mensaje de mi hermana fue: estoy en uno por ciento. 25 horas antes le habían quitado la corriente. Quitado, sí, en Cuba decimos que se fue la corriente o que nos la quitaron. Y así es. Como la corriente, a los cubanos nos han quitado muchas cosas: los sueños, el ánimo, la esperanza.
A las cuatro de la mañana en España, yo estaba hablando con mi hermana. No podíamos dormir. Mientras ella velaba el sueño de mi sobrino, yo me desvelaba por la preocupación por mi familia. De mi padre hace dos días no sé. Él también lleva más de 30 horas sin electricidad.
Nada es más terrible en Cuba que un apagón: la comida no se hace o se echa a perder, los mosquitos hacen zafra, el calor es insoportable. Por eso en medio de un apagón la gente saca sus más oscuros pensamientos: a veces los exorciza, a veces los suena en calderos, y cuando llega la luz se los vuelve a tragar.
El apagón total en Cuba ha sido noticia porque se apagó La Habana. Más de la mitad del país lleva apagada varios meses, pero ahora es que es noticia. En RTVE ponen imágenes de los habaneros jugando dominó, bailando, tocando tumbadoras en la oscuridad. Entiendo que puedan soportarlo un poco más. «Aquí los apagones no se sienten tanto», me dijo dos días atrás un amigo tunero que vive en la capital.
Con el teléfono casi apagado. mi hermana me pregunta por Violeta. Me siento culpable de contarle que fuimos al acuario. Violeta me nota rara, ida por momentos, desconcentrada. No disfruté ver pingüinos y tiburones, los peces no me quitaron las ganas de gritar. Quizá deba hacerlo, aunque gritar no va a resolver nada, y eso que este grito de impotencia y rabia que siento dentro bien podría producir energía.
Estoy esperando que mi hermana me escriba. Mientras, leo en las noticias que renunció el gobernador de Las Tunas por «errores graves». Siempre en lo mismo. Cuando suceden cosas como estas, quitan a algún dirigente para que le gente siga entretenida con el circo. Y no pasa nada. Ni el dirigente paga sus errores (solo lo quitan del cargo), ni la vida mejora.
¿Recuerdan a Gil? Le echaron la culpa de la debacle de inicio de año para que la gente se entretuviera y tantos meses después no sabemos nada todavía. A lo mejor luego aparece, como tantos, con la nacionalidad española o recibiendo un parole.
Escribo de golpe todas las cosas que me pasan por la cabeza mientras duermo a Violeta. Mi hija nota mi inquietud y está inquieta como yo. Pienso en todos los niños pequeños a quienes se les echó a perder la leche, que tienen calor, que le preguntan a sus padres cuándo vendrá la corriente. No puedo imaginar la desesperación de sus madres, de mi hermana sin saber si mi sobrino esta noche podrá dormir mejor.
A esta altura ya el teléfono de mi hermana se apagó. Hoy no pudo ver a su sobrina. Es una de las pocas veces que no hemos podido conversar. Yo siento mucha rabia por un gobierno incompetente que año tras año repite los mismos discursos, que pide resistencia y viaja, y vive bien, y no tiene apagones. Que invierte más recursos en hoteles que en agricultura y hospitales. Que nunca dijo en qué gastó el crédito millonario ruso para el Sistema Electroenérgetico Nacional y con su cara dura nos dice que saben que no siempre salieron bien las inversiones. Que culpa de todo al «recrudecimiento del bloqueo » mientras Biden no ha impuesto ni una medida más. Que le echa la culpa a las redes sociales y a la «matriz de opinión» del enemigo porque es mentira que en Cuba estamos al borde del abismo.
Siento rabia por la gente que sigue resistiendo y dándoles la razón. Pero, ¿qué le queda a la gente si no resistir? Yo siento rabia por la gente, pero no los juzgo. Sé lo que el miedo puede paralizarnos. El miedo que nos meten tan adentro que ni a 8000 km te atreves a hablarle de ciertas cosas a la familia y los amigos porque temes que puedan hacerles daño. Y si una siente miedo por ellos aquí, qué no van a sentir miedo elllos allá.
Ahora mismo no sé qué hacer por los cubanos desde aquí, más que escupir mi rabia en Facebook. Quisiera tener un arca de Noé para salvarlos a todos. Qué se queden con el país. Mi país es mi familia, donde estén; mi hija es mi Patria.
A esta altura ni siquiera me importa la soberanía. De qué sirve si la gente pasa hambre, penuria, pobreza, dolor. La gente necesita vivir y a esta altura me da lo mismo si quieren vender Cuba por pedazos. Quizá ya estoy hablando catibía, pero habría que preguntarle a la gente si le interesa más la soberanía que un plato de comida para sus hijos. Perdóname Las Tunas, no soy una hija digna de Brígida Saldívar. No quiero mi nombre en los libros de historia. Quiero que a mi hermana la comida no se le eche a perder, quiero que mi sobrino no duerma con calor, quiero que mi papá me pueda escribir, quiero que mi gente en Cuba pueda vivir y no sobrevivir.
Los mensajes que le escribí a mi hermana siguen con una sola palomita. Yo también llevo la cuenta: 36 horas de apagón. Siete horas desde el último mensaje.