Por P. Alberto Reyes Pías ()
A propósito del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Evangelio: Marcos 10, 35 – 45
Camagüey.- Asistimos hoy a un Evangelio embarazoso. Santiago y Juan no sólo piden a Jesús puestos de gloria. Literalmente le dicen: “Maestro, te exigimos que hagas lo que te pedimos”.
En realidad, querer ser grande, querer ser glorioso, no es algo malo. Dios puso este impulso en nosotros, y muchos logros que han sido una bendición para la humanidad han surgido de ese deseo de “hacer algo grande”.
El malentendido radica en la forma de entender esa pulsión que llevamos dentro, en el modo en que entendemos la gloria.
En la Biblia, “gloria” (cavod) significa peso, consistencia, una vida que no se la lleva el viento. Por eso la verdadera gloria está unida al servicio, porque es la grandeza que facilita servir y ayudar. Es el logro, el poder, la autoridad que se pone en función de que todo vaya mejor. La motivación principal (porque ya sabemos que no hay motivaciones puras) es la ayuda, el servicio, y no la foto en primera plana. Por eso es una vida que “no se la lleva el viento”: el viento de la vanidad, del afán de brillar, de ser aplaudido…
La gloria es diferente de la vanagloria, que es el logro, el poder, la autoridad que se busca para volcarlo sobre uno mismo. La vanagloria es la lucha por destacar, por sobresalir, con la intención de crear una fuente de bienes materiales, de poder, de prestigio, de servidores…
En la vanagloria, el objetivo no es el bien común sino mi propio bien y el alimentar la propia vanidad. Desde esta perspectiva, el otro no sólo no importa sino que es tratado o como un instrumento o como un enemigo a eliminar.
Es cierto que el camino hacia “ser más” tiene el peligro de que el corazón se envanezca y se corrompa, porque el “ser más” implica muchas veces reconocimiento, aplausos, prestigio, posibilidades materiales, pero ahí está el reto de saber conservar sano el corazón.
El indicador de un corazón sano es el otro, el modo en que lo tratamos, sea quien sea, la disponibilidad y el interés para servirlo. O como dice el mismo Jesús, el “dar la vida” por el otro, ese ofrecerse de modo cotidiano que va sembrando en los demás el bienestar, la alegría, la esperanza, la paz.