Por Renay Chinea ()
Barcelona.- ¿Ustedes se acuerdan de los chistes polacos? Mi país se divide entre los que escuchaban chistes polacos y los que escuchan reguetón ahora. Los primeros eran una delicia. Del reguetón no voy a hablar hasta que no se acabe la “Beatificación Arrabalera” como dice una socia de un socio por FB.
Resulta que Polonia y Cuba compartían una peculiaridad: estaban rodeados de mal. En el caso de Cuba, el mal era el mar. Y en el de Polonia… bueno: estaba rodeada de países comunistas: no había una maldita frontera que atravesar. Ya sé que para ustedes eso no significa nada, porque no me conocieron a mediados de los 80 en Cuba. Tuve una novia rubia, de las pocas rubias que había, lo cual ya era otra desgracia porque un país sin rubia… —ustedes me perdonan, era otra calamidad, porque uno las ve en la tele y comienza a imaginarlas— que cada vez que iba a la playa, era un ritual: lo primero que hacía era rebuznar contra los ingleses… la puta Carta Magna, el Almirante Nelson y el colorao del Conde de Albermale: —¿Tú sabes lo que es… que esos desgraciados nos cambiaron por Jamaica y nos dejaron quemados en la isla’emierda esta rodeada de mar y de mosquitos? — me decía. Era una de las cosas de ella que más me gustaba… incluso más que sus cabellos de oro y sus pormenores, no menos mejor ubicados en la tabla de Mendeléiev.
Me sabía un montón de chistes de aquellos. Aún recuerdo un par, como aquel del ratón que harto de no encontrar queso en Varsovia, se va a la frontera. No se los voy a contar porque no me salen con mucha gracia.
Pero anoche hubo en Cuba un apagón total y la isla se quedó como se la encontró Colón, pero con menos taparrabos. Y recordé el chiste polaco:
Iba Lenin en un tren… con su calva al aire. —joder, Lenin tenía una calva que le llegaba del mentón al mentón dando la vuelta por cualquier lado—. Y en cada estación Lenin arengaba:
—¡Suban compañeros que se va el tren! ¡No pierdan la oportunidad de conocer el Comunismo!
—¿Pa dónde… pa dónde va eso?
—Pal Comunismo…
Y la gente se subía y había un montón de vagones. De pronto el tren se detiene en medio de la estepa. Y sale Lenin:
—Compañeros, se acabó el carbón, pero el tren del Comunismo no se puede detener: echemos todos nuestros zapatos a las calderas y verán como avanzamos… nos espera un futuro luminoso. ¡Todo por la causa! Y la gente se quita los zapatos, y el tren echa andar. Hasta que se detiene unos kilómetros más adelante… Y vuelve el calvo a arengar con la cantaleta y la gente echa los abrigos, y luego la ropa, y cuando estaban en medio de Siberia, detenidos, sin ropa y sin nada, escuchan a Lenin decir: bien compañeros, hemos llegado al comunismo. ¡Se los prometí!
Bueno, ya se los dije, no da risa… pero es muy gráfico: anoche en la isla de Cuba hubo un apagón total… se quedó a oscuras. Y viene a la memoria aquella cancioncilla ochentosa de Albert Hammond: sabes a ciencia cierta que me fallaste, que lo que prometiste se te olvidó. Y me doy cuenta que los comunistas, que en Cuba les decíamos “Comuñangas” y también “Ñángaras” nunca nos fallaron.
Después del chiste polaco, todo el mundo sabía que atrás de la camisa, los zapatos, la gorra, se comenzaban a quemar los sueños, las esperanzas, las paciencias, y las oportunidades de la gente. ¡No tiene gracia, ya lo sé…!