Por Manuel Viera ()
La Habana.- Salí a la calle al amanecer, a tomarle el pulso a al ciudad. Es Cuba hoy un país sin transporte, sin comercios, de oficinas cerradas, de escuelas vacías, de tristeza abundante, de calles desoladas.
Y aunque intenten seguir transmitiendo discursos triunfalistas, optimistas, es un país colapsado en todos los aspectos. Ya sea porque se congelaron los ríos de Canadá, se secara el canal de Panamá, o por las marejadas en las bahías de bolsa cubanas, pero siempre la responsabilidad cae lejos de los responsables.
Si yo fuera diputado sentiría vergüenza. Si yo fuera diputado hubiese hecho pública mi renuncia. Me habría dirigido directamente a todos los cubanos y les diría: «¡Le hemos fallado al pueblo! Basta ya de justificar errores, basta ya de trasladar a otros la responsabilidad de las consecuencias de nuestro mal trabajo.
«Basta ya de culpar a los cubanos de nuestra incapacidad, de insistir en la misma política absurda y negar los cambios que son necesarios e imprescindibles para salir adelante. No quiero ser parte de eso. Por ello, por vergüenza, por pudor, por el bienestar y la felicidad de mi pueblo renuncio a mi cargo».
Sería una bonita forma de entrar a la historia como el primer diputado cubano con la vergüenza necesaria para representar el sentir de su pueblo. En cualquier otro país del mundo así sería.
Agradezco cada muestra de apoyo y afecto de quienes a diario me demuestran que solo con la verdad se puede conseguir el apoyo y el cariño de este pueblo. Ellos no lo tienen. Ellos no reciben mensajes de esos que te levantan el ánimo como los que leo cada mañana.
Sepa la patria toda que por el comunismo inservible, inviable y arcaico que intentó castigarme con mi esfuerzo y mi trabajo no pongo una neurona o una gota de sudor pero que una vez realizados los cambios inevitables y necesarios estoy a sus pies.
La patria puede contar con mi esfuerzo y sacrificio lo mismo para legislar que para ordeñar una vaca. Cuba no es de nadie. ¡Cuba es de todos los cubanos!
