Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- El compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez aprovecha cada episodio de crisis para demostrar su incapacidad, y otra vez le salió el tiro por la culata, tirando pa’l medio a Manuel Marrero Cruz, con el pretexto de la emergencia energética, intentando esconder el susto que anida en la dictadura más vieja de Occidente.
Los nerviosismo, sudores y manoteo del primer ministro no obedecen a la crisis energética, sino a la ebullición que vive Cuba; incluidos militares y dirigentes comunistas, inquietos por el vendaval sin rumbo que sacude a la isla, donde en los dos últimos meses se ha acrecentado el ruido de sables y carpetas.
El más mínimo análisis de la accidentada comparecencia de Marrero revela que el mayoral está más nervioso que un puerco en vísperas de Navidad y que los argumentos oficiales escasean tantos como los combustibles.
La maniobra diversionista les volvió a salir mal porque la orientada comparecencia de Marrero no consiguió ocultar a analistas y servicios de Inteligencia el drama real que sacude a la isla; la carencia de luz es una consecuencia, otra más, del drama permanente.
Como en toda encrucijada, los pragmáticos abogan por acabar de asumir las reformas imprescindibles, cuanto antes, y los conservadores y creyentes siguen empeñados en un milagro y empujando la carreta en sentido inverso al mundo 5G.
Pero el hándicap de los pragmáticos son dos: que los acusen de traidores y que su deseo más fervientes es que lo cambios sean económicos y no políticos. Craso error, la Magdalena ya no está para tafetanes y cuanto más tarde la apertura política más cerca estarán la implosión y/o estallido.
La casta verde oliva y enguayaberada ha asumido el cinismo como forma de gobierno, de ahí que cuando notan que la gente ya no se traga el bloqueo y otras piruetas antiestadounidenses, entonces se viste de bobo solemne y apela a los muertos y torturados por la revolución.
No, señores, los muertos y torturados no perdieron ni arriesgaron sus vidas para que sus hijos emigraran para mantenerlos desde Miami y otras playas de extravío y quienes no han podido irse, vivan peor que ellos en el capitalismo republicano.
El miedo y la torpeza de Díaz-Canel y su pelotón provoca que cometa errores de grumete y se esconda en las redes sociales, que en Cuba tienen un alcance limitado por el llaveo de Etecsa contra la libertad y porque Cuba es el país más longevo de Hispanoamérica y los tembas y viejos navegan peor que la generación repartera; aunque ambos grupos padecen igual restricción de corriente para cargar sus juguetes.
En Cuba no hay ni habrá electricidad hasta que no hayan democracia y desarrollo económico, el resto son escaramuzas cortoplacistas que obligan a los ciudadanos a vivir de sobresalto en sobresalto desde que la revolución energética, que no fue una cosa ni la otra, los convirtió en perennes dependientes del cata’o.
Los problemas -especialmente los estructurales- no se resuelven con proezas laborales ni baba sin quimbombó, pero el gobierno está atado de pies y manos por el miedo que recorre la espina dorsal de la dictadura más vieja de Occidente; cada día abandonada a su suerte, pues los escasos amigos les tiran salves con la mano izquierda, pero con la derecha les piden cambios reales e inmediatos.
El raulato -que debutó con un ilusionante e imaginario vaso de leche- ha sido nefasto para Cuba porque ha propiciado un acto fallido perpetuo, en tres fases: Obama puso en evidencia la cobardía política de Raúl Castro; la militarización ahondó la represión, el conservadurismo político y el déficit estructural de la masacrada economía cubana y la salida del general de ejército del escenario provocó la cesión de la administración de la finquita a cuadros made in Ñico López & Colegio Nacional de Defensa, que no son chicha ni limoná.
Los cubanos han sido empobrecidos, pero no son tontos y saben donde anidan los verdaderos culpables de sus desgracias, que empiezan a vivir sobre el filo del machete de Quintín Banderas y tendrán que elegir -siempre es angustioso- entre avanzar hacia la libertad o ponerse en lo oscuro, a morir como un traidor.