Tomado de MUY Interesante
En la actualidad, los caballeros medievales siguen vivos en películas, libros, festivales y videojuegos. Pero, ¿quiénes eran? ¿Cómo, por qué y para quién luchaban? ¿Y qué fue lo que los convirtió en leyenda?
Madrid.- Un noble jinete de deslumbrante armadura que abandona el castillo para cabalgar con la bandera al viento, blandiendo su espada y su lanza en defensa de los más débiles: esta es sin duda la visión romántica que tenemos del caballero medieval. Sin embargo, como sostiene el historiador francés Jean Flori en su libro Caballeros y caballería en la Edad Media, “estas imágenes son multiformes y la realidad es mucho más compleja, empezando por el mismo término «caballero». En un principio, se aplica a un personaje de un rango social elevado y solo más tarde se convierte en un título de nobleza”.
En este sentido, la ética a la que se debe varía según las diferentes épocas e incluye deberes como el servicio militar, el vasallaje, la dedicación a la Iglesia, al rey, al patrón, al señor o a la dama, el sentido del honor… Es precisamente la interacción entre el ámbito aristocrático y el ámbito eclesiástico lo que dota a este particular soldado de profesionalidad y dignidad social.
La militia (fuerza armada en latín), que estaba al servicio del Estado, se privatizó y afianzó llegada la Edad Media gracias a la consolidación de la caballería pesada entre los siglos IX y XI, aunque no fue hasta el XII cuando la caballería se potenció verdaderamente con la generalización de la carga a lanza tendida, en la que esta arma se situaba en posición horizontal sujetándola firmemente bajo la axila.
Fue por entonces cuando apareció el código deontológico centrado en el honor que “humanizó” de algún modo las durísimas leyes de la guerra. Al mismo tiempo, la Iglesia intentó encomendar a los caballeros una misión y una ética que sirviesen a sus propios intereses. De ese modo, entre los siglos XI y el XIII, en la era de las Cruzadas, se delimitaron las líneas básicas de una caballería que terminaría convirtiéndose en una cofradía de élite.
En tiempos de Carlomagno
No obstante, los orígenes de la caballería hay que buscarlos a comienzos del siglo IX, en los últimos años del reinado de Carlomagno, cuando la palabra miles designaba a la clase de los guerreros. Eso sí, el ideal del caballero como un héroe valiente y romántico montado a lomos de un espléndido corcel y vestido con una resplandeciente armadura para lucirla en torneos y batallas es muy posterior a ese tiempo: se ubica ya al final de la era de los caballeros, que se prolongó como mínimo unos 500 años.
Pero dicha era, como vemos, había arrancado mucho antes de que se inventase la armadura de placas. Los primeros caballeros luchaban con armas sencillas y solo llevaban una cota de malla y un casco que protegía la nariz. Sin embargo, a medida que las armas se sofisticaron y fueron más mortíferas, tanto ellos como sus caballos fueron necesitando mayor protección.
En realidad, su historia es la de las armaduras, aunque tampoco puede entenderse sin los caballos. Alguien que no supiera montar bien jamás podría ser caballero, así que aprendían a cabalgar casi al mismo tiempo que a andar y recibían educación como escuderos. Su historia, además, es también la del honor; solo concedido a quienes mostraban habilidad con el caballo tanto en los torneos como en los campos de batalla.
Torneos y castillos
Los torneos se crearon realmente como entrenamiento para la guerra. Durante los siglos XI y XII, los caballeros luchaban en recintos de kilómetros de campo abierto, con armas reales y sin reglas de ningún tipo a las que someterse. Por entonces la conducta caballeresca importaba menos que ganar a toda costa, ya que lo contrario implicaba a menudo perder la vida o resultar gravemente herido. Eran muchos los que terminaban con algún miembro menos.
Llegado el siglo XIII, los torneos intentaron controlarse y reglamentarse más. Se fueron introduciendo medidas de seguridad y la batalla campal fue sustituida por el combate individual, que se transformaría en justa, en la que se enfrentaban a caballo y con lanza. Por otro lado, se introdujeron armas “de paz o cortesía”, especialmente diseñadas para mitigar los daños, y terminarían usándose barreras. Estas evitaban que ambos contendientes se tocaran y les obligaban a sostener la lanza en un ángulo que hacía que fuera más fácil derribar que lastimar al contrincante.
Cuando en el siglo XIII se prohibió el uso de armas mortíferas, los torneos dejaron de ser un simple ejercicio militar para convertirse en un entretenimiento, un prestigioso acontecimiento social. La puesta en escena de dichos espectáculos incluía representaciones de las batallas del rey Arturo, tribunas que lucían sus escudos de armas y muchos espectadores; desde finales del siglo XII, también damas, que animaban a sus caballeros favoritos entregándoles como premio un pañuelo o un trozo de tela que lucirían en su yelmo.
También participaban artistas y músicos. Estos últimos servían de propaganda a los caballeros; cuanto más generosos se mostrasen estos con ellos, más publicidad les harían de castillo en castillo. Y existían estrictas reglas caballerescas, de cuyo cumplimiento se encargaban los heraldos y que inspirarían un código.
En cuanto a los combates y enfrentamientos reales, siempre que podían evitarlo, los caballeros no iban al campo de batalla. Sus vidas giraban alrededor de los castillos, cuyo diseño fue mejorando al mismo tiempo que mejoraban armas y armaduras con la construcción de torres de homenaje de piedra y defensas exteriores que soportaran mejor los asedios.
Eran los señores de los castillos los que los contrataban para que los protegieran. Y, como recompensa a su lealtad, a algunos les concedían tierras. Todo se basaba en una cadena de lealtades: los caballeros eran fieles a sus señores y los señores a su rey. De romperse la cadena, el caballero podía perderlo todo, incluso el trabajo.
Cuando el caballero luchaba, en ocasiones durante años, lejos de casa y sin garantías de regresar, su dama debía ocupar su lugar y hacerse cargo de todo en su ausencia, aunque según la poesía de entonces había de esperarle eternamente. Como se sabe que la carne es débil y durante esa espera ella podía tener tentaciones, se creó el amor cortés para evitar que sucumbiera. Cortejar a una dama a distancia y jurarle lealtad solo a ella era una virtud caballeresca. Y eso se encargaban de cantar los juglares.
De Roldán a Lancelot
Entre los caballeros medievales más célebres hasta hoy se encuentra Roldán. Aunque en la historia del paladín de Carlomagno se mezclan realidad y ficción, se sabe que murió en la batalla de Roncesvalles, que tuvo lugar en 778 en algún enclave (todavía desconocido) cercano a esta localidad del Pirineo navarro.
Por entonces en esas tierras luchaban cristianos y musulmanes, y fue en ese contexto en el que pasó una expedición liderada por el rey de los francos. A la altura de Luzaide-Valcarlos, la retaguardia de su ejército fue aniquilada. A la cabeza de la misma iban el caballero Roldán y los doce pares de Francia. Según la leyenda, antes de fallecer, Roldán hizo sonar su olifante (cuerno de marfil) para advertir al resto del ejército del peligro inminente y, cuando los doce paladines y él mismo resultaron heridos, lanzó al agua su espada para que no cayera en manos enemigas.
Eso, al menos, asegura el Cantar de Roldán, escrito tres siglos después de los hechos y que tuvo una gran influencia en el Medievo. Con el tiempo, los episodios narrados en este texto fueron tomando fuerza y Roldán terminó siendo, además de un personaje literario, un héroe legendario con todas las virtudes de un caballero, como valentía, honor y fidelidad.
Otro paladín literario, todavía más famoso que Roldán, fue Lancelot du Lac o Lanzarote del Lago, clave en el universo artúrico. Destacó muy pronto entre los mejores guerreros que habían acudido a Camelot. Acabó, sin embargo, llevando al reino al desastre y sus acciones precipitarían el fin de la Mesa Redonda, que terminó cuando la mayor parte de los caballeros murieron en la batalla de Camlann.
Personajes con acento español
Aparte de Lancelot y Ginebra, hay otra pareja medieval que ha desafiado con éxito el paso del tiempo y, desde el siglo XII, ha mantenido prácticamente intacta su fama: Tristán e Isolda, símbolo del amor incondicional y eterno. En el trágico relato sobre ellos, el protagonista traiciona a su señor por amor, pero este decide perdonarle y finalmente Tristán reprime sus impulsos. Ambos amantes mueren, aunque están condenados a amarse eternamente.
Entre los caballeros made in Spain, despuntan dos: un personaje de ficción, Amadís de Gaula, al que puede considerarse el primer caballero español (y el más famoso después de Don Quijote, que lo parodia), y un personaje real, el célebre Cid Campeador.
Amadís está inspirado en las historias del rey Arturo ambientadas en Bretaña, pero tiene personalidad propia. Es el protagonista de un texto medieval convertido en best seller durante el Siglo de Oro. Su difusión fue enorme gracias a la gran popularidad de los libros de caballerías en la península Ibérica. El Amadís destacó entre todos ellos.
Rodrigo Díaz de Vivar, por su parte, es el caballero por antonomasia de la Edad Media hispana, el héroe que mayor huella ha dejado en la Historia de España. Durante siglos, su figura se ha utilizado, moldeada e incluso falseada según las necesidades del momento y el lugar, y han sido muchos y de diferentes campos (historiadores, pintores, actores, militares…) los que han ayudado a forjar su mito atemporal.
El Campeador tuvo que escoger entre mantenerse fiel a su rey e ir a la caza de fama y fortuna por su cuenta; entre su condición de caballero y paladín de Castilla y su admiración hacia algunos soberanos musulmanes. Durante largo tiempo, ha sido considerado una víctima que supo sobreponerse a su injusto destino y consiguió cuanto se propuso: un hombre hecho a sí mismo. Y con ese talante sería recordado por la literatura en el famoso Cantar que lleva su nombre, pero también en numerosos poemas, romances y canciones. Sea como fuere, sigue siendo visto como un dechado de virtudes: padre de familia ejemplar, fiel vasallo y cristiano ideal.
El héroe cristiano ideal
En realidad, la figura del caballero cristiano nació en Tierra Santa, con las Cruzadas. Muchos fueron allí por amor a Dios, “el Señor de los ejércitos”, y se consideraban guerreros santos. “Dejad que aquellos que han sido ladrones se conviertan en caballeros”, proclamó el papa Urbano II al convocar la Primera Cruzada en 1095.
En la Tercera (1187) participó Ricardo I de Inglaterra, más conocido como Ricardo Corazón de León, probablemente el máximo exponente del arquetipo de caballero medieval. Atractivo y culto, tenía ansias de aventura y gloria y vio en Oriente Próximo la ocasión de lograr ambas.
Del declive a la leyenda
Allí compartió protagonismo con otros dos soberanos: Felipe Augusto de Francia, de quien era amigo íntimo, y el emperador germano Barbarroja. Los tres tenían un objetivo común, recuperar Jerusalén y vengar la afrenta sufrida por los soldados cristianos en 1187 en la batalla de los Cuernos de Hattin (Palestina) a manos del ejército del sultán Saladino, quien con dicha hazaña terminaba con casi nueve décadas de ocupación occidental. El punto álgido de los ataques cruzados estuvo en San Juan de Acre, donde, para demostrar a Saladino su poder, Ricardo ordenó ejecutar a sus 3.000 prisioneros. La Tercera Cruzada terminó en tablas, pero Ricardo la abandonó como un héroe.
Un lugar, Crécy, al norte de Francia, y una fecha, 26 de agosto de 1346, marcarían el principio del fin de la caballería medieval. En la batalla que se libró allí ese día, los ingleses fueron los primeros en utilizar la tecnología, concretamente los cañones, en lugar de la lucha cuerpo a cuerpo. A partir de entonces, las armas de largo alcance irían imponiéndose y los caballeros desapareciendo. Aunque, desde una perspectiva militar, la llegada de la artillería marcó su declive, estos héroes a caballo estaban por entonces más idealizados que nunca y algunos pasarían a formar parte de la leyenda para siempre.