Por Reynaldo Medina Hernández ()
La Habana.- Murió el Taiger. EPD. Nunca he oído una canción suya, ni del Misha, ni de Bebeshito, ni de ningún reguetonero o repartero, o como se les diga. Ni voy a hacerlo ahora porque haya muerto, pero eso no significa que le deseara nada malo.
Tampoco a los otros. No tengo ningún problema con ellos, ni con lo que hacen, ni con quienes consumen lo que hacen. Mi problema es con quienes me lo imponen en la calle, en la guagua y hasta en mi casa desde la de al lado. Pero eso no es lo que me ocupa hoy.
Entiendo el sentido de pérdida de sus fans, y lo respeto, pero no las exageradas muestras de dolor, que no siempre parecían sinceras. No vi nada similar ante la muerte de íconos de la música cubana, como Celia Cruz, y si alguien me dice que fue por miedo, debido a sus posiciones políticas, entonces menciono a Juan Formell, a Adalberto Álvarez…
Los medios informativos cubanos le dieron una cobertura inusual y capitalizaron el hecho a su favor, tratando de sumar a «los afligidos» en su campaña contra «la violencia en Miami». Alabaron al difunto, «nunca renunció a su condición de cubano», dijeron. Tampoco lo hicieron la propia Celia, Willy Chirino, ni otros muchos a los que esa condición les fue suprimida por decreto.
A la reina de la salsa no le permitieron regresar a Cuba ni para enterrar a su madre. Vino una vez a cantar a la Base Naval de Guantánamo y, discretamente, se escurrió hasta la cerca perimetral, extendió su mano por debajo y recogió en una bolsa tierra «del lado de acá». Esa tierra fue colocada en su ataúd. Así amó a Cuba.
La lamentable muerte de este joven se ha aprovechado para una manipulación política, como ocurre siempre: cobertura informativa, notas de las instituciones culturales… Y mucha gente, consciente o inconscientemente, por oportunismo, ignorancia o ingenuidad, cayeron en esa telaraña.
La agonía del Taiger acalló las bombas en Medio Oriente y Ucrania, y evaporó nuestra propia agonía cotidiana.