Por Joel Fonte
La Habana.- Cuba vive desde hace más de 65 años bajo el yugo de una dictadura asesina, que cada vez acentúa más su naturaleza, su contenido fascista.
De ese régimen, los cubanos debemos transitar con el empleo de las vías necesarias, a un nuevo tipo de orden político, necesariamente democrático, a una sociedad regida por principios liberales, en los que la libertad del individuo sea inatacable, y el Estado no intervenga en ella sino para garantizar la protección y amparo de iguales libertades al resto de la ciudadanía.
Ahora bien, ¿por qué puede afirmarse que ese término que la izquierda continental tanto manipula hoy para sus fines de deslegitimar a las democracias occidentales, le es aplicable al régimen de los hermanos Castro?
El fascismo es, en principio y en su concepción originaria, el aparato del Estado absorbiendo a individuos y a grupos, restándoles personalidad, identidad propia -así era para Mussolini-; el Estado fascista tienen una voluntad propia, una conciencia de sí, y cree ser portavoz de la masa a la que anula.
Bajo un Estado fascista, se descarta a los individuos, sus libertades y sus intereses, absorbiéndolos en ese ente mayor que es el pueblo, y en nombre del cual habla y actúa el Estado.
Para el fascista todo reside en el Estado, nada fuera de el, y por eso es totalitario.
En lo económico, el fascismo sostiene que los resortes fundamentales de la economía y todos los elementos que la integran deben estar subordinados al control del Estado.
Por eso, es una falacia que los Castro llamaran ‘socialismo’ al régimen que instalaron tras derribar la república, porque el marxismo -fuente teórica del socialismo autoritario que ellos sostienen- plantea la colectivización de la economía, ponerla bajo el control efectivo de los trabajadores, control que en Cuba ni siquiera alcanza una manifestación formal, mientras que en el fascismo la economía está bajo regulación absoluta del Estado.