Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Los pueblos, más allá de razas y credos, actúan de manera similar en todos los lugares del mundo. Solo que las condicionantes de su actuar dependen mucho de su situación de vida.
Los noruegos no protestan. Es obvio: tienen todos sus problemas resueltos. Se alimentan bien, tienen un techo garantizado, el gobierno responde a sus intereses. Sus hijos van a buenas escuelas, el transporte es seguro, cómodo, funcional, casi ecológico. El gobierno es estable, deja hacer, no impone más que la autoridad de la ley. La policía cuida al ciudadano común, no a los gobernantes. Por eso hay paz en Noruega, donde apenas hay personas en las cárceles, donde el número de crímenes es ínfimo… es casi el país ideal.
En Haití nada funciona. El pueblo pasa hambre, las escuelas son un desastre, el sistema de salud un caos, la policía es corrupta, los gobernantes más. Hay bandas armadas, muertes, linchamientos, incendios en cualquier lugar. La diferencia es la situación de vida de las personas. Los haitianos no viven como los noruegos. En Haití, los gobernantes no se preocupan por el pueblo.
Lo que sucede en Haití no es endémico de allí. En algún momento, en un pasado ya muy lejano, la parte más occidental de la isla de La Española fue un país próspero, un gran productor de café, de azúcar, pero varios gobernantes terminaron por acabar con todo, desde Jean-Jacques Dessalines, aquel loco que se nombró emperador, pasando por Alexander Pettion o Henry Christophe, otro que quiso cogerse el país, o una parte de él, para sí.
La situación se agravó con los Duvalier (padre e hijo), quienes terminaron por agotar la paciencia de los haitianos. La represión, el miedo, los encarcelamientos, formaban parte de la vida diaria en Puerto Príncipe y otras ciudades. También el hambre, la insalubridad, y un día la isla explotó. Agobiados por tantos años de sumisión, el pueblo se lanzó a las calles y se volvió incontrolable. Quemó todo, pasó cuentas, asesinó, se tomó la justicia por su mano, pero no logró instaurar una democracia verdadera, porque el ciudadano común tenía metido en el cuerpo el germen de la violencia, el mismo que tuvo reprimido por muchos años.
Situaciones de violencia incontrolable se viven cada día en muchos países del mundo. Pueblos enteros que se levantan contra los gobiernos, que protestan, reclaman, bloquean calles y carreteras, incendian edificios, mientras en Cuba todo sigue en una calma chicha aparente, porque en el fondo todos sabemos que hay violencia, crímenes pasionales, asesinatos para robar, y encima de eso una persecución gubernamental que raya en lo insoportable.
Por tratar de mantener su estatus y sus medios de vida, los que gobiernan, reprimen, encarcelan sin causas probadas, entierran en las prisiones a todo el que se manifiesta en contra, mientras el pueblo sufre la mayor hambruna desde la llegada de Colón a estas tierras, y de eso hace ya 532 años, que no son pocos.
El país se cae a pedazos y el malestar crece. Algunos, los acérrimos defensores del régimen, insisten en que no pasará nada, en que todo está bajo control, pero hay malestar en la población, y muchas personas están a la espera de que se prenda la primera chispa para salir a intentar cambiarlo todo. Y los pueblos que estuvieron sometidos por mucho tiempo, suelen ser violentos.
De hecho, los que gobiernan llegaron hasta allí mediante las armas, por eso se han encargado de que nadie tenga ni un revólver viejo, porque les aterra la idea de que les pase lo mismo que le hicieron al régimen anterior. Y mientras, la isla se cae a pedazos, se muere poco a poco y cada día más aceleradamente, en medio de discursos vacíos, elaborados solo para que los gregarios del régimen se lo crean.
Aún tiene seguidores el régimen. El que tiene un cargo, el que trabaja en el turismo y le roba a los visitantes extranjeros, incluso hasta el miserable que trabaja en una bodega y esquilma cada día al anciano o la anciana que van a por una libra de arroz o de azúcar. Esos, y la vieja militancia recalcitrante, están dispuestos a dar su vida por el gobierno, porque desde hace muchos años les dijeron que en Cuba se vive como en Noruega y que la culpa de las cosas que faltan las tiene el bloqueo de Estados Unidos, justo el país de donde llega la proteína única que consumen. Y los tontos les creyeron.
Los ciegos siguen ciegos, pero hay muchos cubanos despertando. Y un día ocurrirá una explosión violenta. Otra más, la segunda y última, tras lo sucedido el 11 de julio de 2021, y ya todo será incontrolable, por más que disfracen de policías y les den palos a los muchachos del servicio militar obligatorio, por más que maten y apliquen sus viejas técnicas, aprendidas de los más antiguos servicios de represión de la ya desaparecida Europa del Este.
Cuba va a explotar. No hay que ser adivino ni pitoniso. Va a explotar, porque ocurre en todos los países. Ocurriría, incluso, en Noruega, si un día los ahora educados descendientes de los vikingos vieran que su tranquilidad, su paz, su vida, se ve alterada y un gobierno servil y asesino les arrebata todo.
La violencia es endémica de los pueblos sometidos. De todos los pueblos, y el cubano no es la excepción, por más que lleve mucho tiempo doblegado, sin alzar la voz y las manos.
¡Algo va a pasar!