Por Renay Chinea ()
Barcelona.- Un cubano que agonizaba con una bala en la cabeza en un Hospital de Miami, causó conmoción a toda la nación. Por varias cosas: porque es en Miami, porque es cubano, porque es músico, porque es negro, y toma café. Es como sí Mamá Inés perdiera un hijo.
Mamá Inés es un tango-congo de una Zarzuela, que compuso junto a Ernesto Lecuona, el gran Eliseo Grenet, hermano mayor de tres músicos blancos, en La Habana recién republicana. Aunque en verdad, la pieza había sido una Comparsa allá por 1868, cuando Cuba era aún España.
Emilio, el segundo hermano de Eliseo, era un excelente pianista, hasta que un tiburón le mutiló una mano y parte de una pierna en el verano de 1930. Esa maldita circunstancia le hizo crecerse y afianzarse como compositor y lo que hoy llamamos Musicólogo. Eliseo, que de niño —lo había olvidado— estudió música con el padre de Moisés Simón (El Manisero), tuvo que abandonar Cuba en 1932 tras caer en desgracia con el dictador cubano Gerardo Machado por las letras de su Lamento cubano: «Oh, Cuba hermosa, primorosa, ¿por qué sufres hoy tanto quebranto?»
El Negro, el Músico, el Dictador la Maldita Circunstancia, el cubano… parece una maldición. Son las extrañas aristas de nuestra identidad.
Una vez un buen amigo, en Argentina, me preguntó durante una tarde de asado, cómo era vivir en un país sin ídolos futbolísticos. Le pegué un mordisco al bife y me quedé rumiando:
—Son nuestros músicos— le dije. Maradona, es Benny Moré… y vamos a su tumba en un cementerio polvoriento y abandonado, con nuestra botellita de ron malo a beber, brindar y desafinar: ¡Oh vidaaa…!
Por ejemplo: aquí murió uno de nuestros tantos Pelé… —le dije y el amigo se quedó espantado.
—Does anybody here remember Vera Lynn?— cuando Roger Waters incorporó esa canción en el disco The Wall, en 1982, yo cumplí 15 años. Y comprendí la fuerza emotiva de la música en el corazón de los pueblos. Aunque la música es inherente al ser humano, en todo el mundo, por alguna razón hay países potencias musicales y otros que no lo son. La mano que siembra los talentos es caprichosa. Años después busqué quién era Vera Lynn. Un orgullo, una exquisita voz de una cantante inglesa en los oscuros días de la 2Seguna Guerra…
—Does anybody here remember Brindis de Salas? Tenía nombre de Emperador, de día de fiesta de la semana, de padre de Dios y de jolgorio de salón: ¡El Paganini Negro…! El Rey de las Octavas… quizás, el mejor violinista del mundo. Pero vayamos a la Wikipedia:
“Claudio José Domingo Brindis de Salas nace el 4 de agosto de 1852 en el seno de una familia de músicos. Su padre Claudio Brindis de Salas, nacido en La Habana el 30 de octubre de 1800 fue violinista y contrabajista que formó parte de una orquesta llamada «La Concha de Oro», muy popular en los salones de bailes habaneros.
Su abuelo Luis Brindis, sargento primero del Real cuerpo de artillería se preocupó por obtener un mecenazgo para su hijo entre las familias pudientes de La Habana, que lo apoyaron y financiaron sus estudios.
«El pequeño estudió violín con su padre y a los diez años ya daba un concierto en el Liceo de La Habana. Con diez años se presentó por vez primera ante el público habanero junto a José Van der Gutch como pianista acompañante, función en la que también actuó Ignacio Cervantes.
“En 1870 ganó una beca para estudiar en París en donde obtuvo el primer premio en el conservatorio donde estudiaba.
“Actuó en las más grandes salas de conciertos del mundo, París, Berlín, Londres, Madrid, Milán, Florencia, San Petersburgo, Viena, Caracas, Buenos Aires.
En Prusia fue condecorado con la orden de la Cruz del Águila Negra y en Francia con la Legión de Honor. El kaiser Guillermo II lo nombró Barón de Salas.
“En Alemania se casó y obtuvo la nacionalidad. Sin embargo, después de mucho tiempo viviendo fuera de su tierra natal, comenzó a sufrir ataques de depresión y nostalgia que lo llevaron a abandonarlo todo. A la ansiedad y al alcohol.”
Desde la fonda Aire di Vini, en el número 294 de la Avenida de Julio, hoy Leandro Alem, en el Bajo Buenos Aires, lanzaron a la calle a un negro borracho y llamaron la ambulancia.
—Tocaba mejor que Pelé— le dije al amigo.
Era la fría noche del primero de Junio de 1911. Y una semana antes se había bajado de un barco solo, tuberculoso y triste. Se acercó a una de las tiendas de cambalaches de la calle Rivadavia y empeñó su violín Stradivarius por 10 pesos (unos 870 usd actuales). Había sido un regalo de la familia Mitre, presidente e hijo, 20 años antes, cuando el virtuosismo inigualable del Barón de Salas había encantado la alta clase porteña…
En una parihuela de carnicería improvisada, los servicios públicos se llevaron al genio hasta el depósito de cadáveres y lo lanzaron junto a un suicida y un ladrón. Fue enterrado en fosa común, hasta que el diario argentino La Razón convocó a una colecta pública para repatriar sus huesos. Llegó al Cementerio de La Habana en 1930, bajo el Gobierno de Gerardo Machado, dictador.
Unos años después, a escasos 60 pasos de él, descansaría otra leyenda de la música cubana y universal: negro, genio, músico y muerto de tres balazos en un bar de Harlem, New York.
Mientras escribía esto, supe que ha muerto El Taiguer en el Jackson Memorial Hospital de Miami. Una de las Cubas que van siendo, muy lejana a mí, acaba de perder otro hijo. Otra vez Cuba. Otro negro. Otro músico…y el siempre Dictador. La rumba sigue.