Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Mark Twain tiene que haber sido un tipo genial, tanto que si me ofrecieran un viaje al pasado, a dos fechas y dos lugares, escogería a ojos cerrados uno para charlar con el escritor estadounidense, y otro para reunirme con mi abuelo Zenón Sotero, sentados en una laja al lado de un río.
No viene al caso explicar los motivos, por los que me reuniría con ambos, porque el tema de este viernes es mucho más importante, porque tiene que ver con Cuba y los cubanos, y con la Mesa Redonda a la cual acudió hace un par de días el ministro de Agricultura a poner la cara y hacer el ridículo ante todo el que tuvo estómago para verlo, o escucharlo.
Recordé a Twain, porque en una de sus novelas, El Príncipe y el Mendigo, hace referencias a los niños que acompañaban al príncipe, uno de ellos para recibir los castigos que merece el heredero del futuro monarca. Su Alteza real tenía un niño de azotes, y el ministro de la Agricultura, Ydael Pérez Brito, hace esas funciones para el gobierno cubano.
No tengo ideas de dónde se graduó Pérez Brito. Lo presentaron como ingeniero, y no lo dudo, pero el hombre pasó por la universidad, pero ella no pasó por él, porque habla al más puro estilo Cándido Palmero, aquel que dirigía el contingente Blas Roca y era miembro del Buró Político: «teníanos… estábanos…». ¡Increíble!
Voy a pasar de las formas, que son lamentables desde el porte del presentador y su habitual chicharronería con los invitados, a los que invita para pasarles la mano por la espalda y no para cuestionarle por lo que no han hecho.
Entonces, aunque admito que no tuve estómago para ver completo el programa, saqué mis conclusiones, entre ellas que todo va a peor, que nada cambiará, que seguiremos padeciendo una escasez tremenda de carne, huevos, granos, viandas y leche. Es fácil advertirlo, porque el niño de azotes del castrismo -o el vinculado a la producción agropecuaria- toma como referencias un pasado cercano en el que también los cubanos pasábamos hambre y necesidades.
No hay carne de cerdo, y no habrá, porque no hay alimentos para esos animales. El pienso para este tipo de ganado y para cualquier otro, menos para el vacuno, hay que sembrarlo, y no lo pueden sembrar, porque no tienen maquinaria, ni combustible, ni agua. Entonces, nada de carne de cerdo en el futuro, y tampoco huevos, cuya producción nunca alcanzó y que ahora, luego de que sus precios se elevaran miles de veces, tampoco hay. Y lo peor: no habrá.
Pérez Brito, como todos los que gobiernan en Cuba, usa la palabra «nivel» todo el tiempo y, además, le engancha «importante» detrás para darle grandilocuencia a un mensaje que quiere hacer esperanzador, pero no hay que ser muy entendido para darse cuenta de que la agricultura cubana va a peor.
«Hace cuatro años teníanos ocho millones de gallinas. Hoy contamos con tres millones… y eso nos daba un nivel importante»… en esos términos habló el ministro, que saltó de un punto a otro, como un pollo sin cabeza. Dijo por ejemplo, que Cuba tiene capacidad para sembrar 200 mil hectáreas de arroz y solo se siembran 40 o 50 mil.
Habla de medidas, de buscar productores, de buscar incentivos, pero esas son palabras huecas, vacías, típicas de un burócrata que ha dejado el campo y se ha plantado en una oficina y cree que ya alcanzó todas las metas, porque ahora ocupa una responsabilidad con la que nunca soñó, ni en sus más húmedos sueños de niño.
El ministro no habló de la necesidad de dedicarle dinero a la agricultura. Si trabajas con menos del 10 por ciento del combustible, no esperes cosechar el 200 por ciento de lo que cosechabas antes. No quieras asegurar con bueyes lo que necesita maquinaria de última generación, no pretendas que con agua del cielo vas a obtener alta productividad.
El ministro, sin embargo, encontró explicaciones: falta de fuerza de trabajo, envejecimiento poblacional, el bloqueo, y la crisis medioambiental. Y aclaro que el déficit de mano de obra y la crisis con el medioambiente «no solo afecta a Cuba, sino a todo el mundo», pero resulta que todos los países del mundo, incluidos los más depauperados, tienen sus mercados llenos de alimentos de lunes a lunes, y en Cuba no hay qué comer.
El tal Ydael Pérez Brito debe saber qué se necesita para que el campo produzca, pero es más fácil aguantar callado, pagar por los errores de otros, recibir en la conciencia los latigazos del castigo, pero vivir en una buena casa en la capital, con tres o cuatro vehículos con los tanques llenos, alimentos de sobra y un estatus diferente al de la inmensa mayoría de los cubanos.
Este ministro será uno más. Uno más en el largo listado de los que ocuparon las cómodas oficinas del enorme edificio de Tulipán y Boyeros, y otro que se irá sin resolver ningún problema, porque cuando el que está por arriba se dé cuenta de que en su espalda no cabe una marca más para otro latigazo, irá a por otro al que pueda comenzar a azotar de nuevo.
Mientras, el pueblo seguirá pagando por la desidia y la incompetencia de un gobierno ruin y cobarde, que tiene a personajes como este, ineptos como nunca nos «habíanos» imaginado.