Por Eduardo González Rodríguez
Santa Clara.- Charles Chaplin lo descubrió desde temprano: el 70% de los habitantes de la tierra somos pobres. Lo explicaba con la escena del hambriento que, con el último dinero que le queda, se compra un helado. La heladería está en altos, así que sale al balcón y cuando va a probarlo, la bola se le cae de la barquilla y va a parar en el escote de una señora que está en el piso de abajo.
Si la señora hubiese sido pobre, el público no hubiera reído tanto. Pero como caminaba hacia un auto que la esperaba con la puerta abierta, era gruesa y lucía sombrero y zapatos de clase pudiente, había que morirse de la risa.
Si el helado del hambriento hubiera caído al piso, la escena sería lastimosa, pero que cayera por sorpresa entre las tetas de una señora de bien, funcionaba como una especie de venganza. Por suerte, la venganza del pobre nunca va más allá del choteo, del susurro de pasillo o de la burla.
Así ha sido siempre, lo que le ocurre al poderoso -encasillado en el esquema de hombre grueso (o mujer), bien vestido, con dinero, huraño e indolente- es motivo de burla para los que viven en pobreza.
Lo cierto es que este mundo siempre estuvo dividido en ricos y pobres. Después, cuando el cine y la literatura comenzaron a mostrarnos un universo formado por buenos y malos, fue fácil reacomodar el esquema: si es rico es malo, si es pobre es bueno. Y luego, cuando los políticos dijeron que había que cambiarlo todo porque el hombre necesita justicia social, volvimos a sacar cuentas. Y fue fácil. Si es rico es malo e injusto. Si es pobre es bueno y justo. Y sobre este error, que hemos pasado de generación a generación, se siguen levantando todos los esquemas sociales del planeta.
Y digo que es un error porque los padres pobres quieren que sus hijos sean ricos. Y es lógico, nadie quiere vivir a perpetuidad en la miseria. Por eso no existe ninguna sociedad en que los padres le enseñen a sus hijos las maravillas, bondades y beneficios de ser pobres. No creo que nadie con dos dedos de frente le diga al hijo, «estudia, sacrifícate, sé disciplinado y verás que un día serás un pobre de excelencia».
Les pongo un ejemplo: crecí en un país donde muchísimas madres le decían a sus hijas «búscate un hombre que te ayude», como si levantarse por sí mismas fuera un imposible.
Estoy seguro de que ustedes, en su propia familia, también escucharon cosas como esta.
Otras madres, las que sabían que nada satisface más al ser humano que crecer con el esfuerzo propio, le aconsejaban, precisamente «estudia, sacrifícate, se disciplinada y verás que al final de tu esfuerzo serás recompensada». Y muchos hijos, muchas hijas, muchos sobrinos y nietos, se hicieron doctores, abogados, ingenieros, maestros… y siguieron viviendo en la pobreza. Y creamos, por fin, un tipo de pobre diferente, un pobre que en nada se parece al pobre de la película de Chaplin. Un pobre ilustrado…
(Para no aburrirlos, sigo el sábado)