Por Joaquín Márquez ()
Bayamo.- El parquecito de El Zarzal, una comunidad más en el municipio de Bartolomé Masó, en la provincia de Granma, suele ser un sitio muy aburrido en los últimos tiempos, salvo por alguien que pasa en bicicleta anunciando algo que quiere vender, o un borracho que lo atraviesa camino a casa, luego de pasarse de tragos en un lugar cualquiera.
A veces hay perros «enamorándose» por allí, o dos o tres estudiantes que aprovechan para reunirse y hablar de cualquier cosa. No es un lugar lindo, que llame la atención de las personas, ni que fuerce a la gente a decir «vámonos al parque a escuchar música», porque aparecerá de pronto una banda a ofrecer un concierto al aire libre.
Es el típico parque del pueblo de campo. El parque desvencijado, medio roto, donde pasa lo mismo un guajiro a caballo que se pasea una gallina que se escapó de su casa, sin saber que está cerca de una olla cualquiera si alguien la atrapa.
Pero este lunes todo cambió de pronto, como por arte de magia la situación se transformó y apareció un viejo ómnibus lleno de militantes del partido comunista, con la única intención de demostrarle a los lugareños quién manda, de quiénes son las calles, y darles dizque una lección de cómo se defiende a una revolución, sin tener en cuenta de que ya no hay nada que defender y mucho menos una revolución.
Fueron a hacer un acto de reafirmación revolucionaria, me dijo un amigo por teléfono. «Es una lástima, Joaquín, que no puedas estar acá para que veas esto. Es como para cagarse de la risa».
El amigo, con una mezcla de burla abierta e ira reprimida, me contó los detalles de todo lo que estaban haciendo, y de cómo el pueblo los abucheó y tuvieron que largarse por el mismo lugar por donde vinieron «con el rabo entre las patas», como se dice por acá del perro que se mete en el lugar donde no debe y recibe un regaño o una lección.
Todo eso pasa porque hay jóvenes del pueblo presos. Muchachos que salieron a protestar, a pedir libertad, a abogar por un mundo mejor, y desde ese mismo día las hordas represivas los secuestraron y se los llevaron a esta ciudad, al DTI de Bayamo, para interrogarlos, sin que se sepa nada de ellos.
Los familiares y amigos creen, por experiencia, que los han golpeado para sacarle información, que los han torturado, y ahora esperan a que las muestras de la tortura desaparezcan para sacarlos al público y decir que no ha pasado nada.
Pero en El Zarzal les dieron una lección a los que fueron allí a lavarles la cara al régimen. No les permitieron cumplir su encargo. No los sacaron a puntapiés, pero les enseñaron el camino y le dijeron que era mejor que se fueran, que no eran bienvenidos en un sito que tiene hijos presos por reclamar sus derechos.
Los que fueron, en su mayoría muertos de hambre como los pobres de El Zarzal, se prestan para hacer el trabajo sucio que necesita el régimen, para lavarle la cara a una tiranía que ha sumido al país en una hambruna inédita, sin tener en cuenta que ellos, sus hijos o sus hermanos, pueden ser las próximas víctimas, porque cuando los fieles del castrismo necesiten entregar una víctima, se volverán para el lado y tomarán al primero que encuentren.
Solo necesitan que hagan algo que no esté bien, porque ninguno de los que fue lleva el apellido Castro, ni es hijo, nieto o hermano de ninguno de la cúpula dirigente, como para protegerlo siempre, como ha sucedido desde que Fidel Castro y su familia cambiaron su finca de Birán por una más grande y con más esclavos llamada Cuba.