CARLOS CABRERA PÉREZ
Majadahonda.- La extrema gravedad de El Taiger (José Manuel Carvajal Zaldívar) ha desatado un carrusel de duelo entre sus seguidores; como corresponde a la tradición pagana de un pueblo judeo cristiano y evidenciado el oportunismo simplón de la casta verde oliva y enguayaberada.
Los pueblos son proclives al drama, que sube enteros, cuando se trata de un episodio trágico; como el balazo de Eduardo Chibás contra sí mismo, o los asesinatos de Jorge Eliécer Gaitán, John Lennon y Gianni Versace; entre otros.
Cuba es la cuna de las radio y telenovelas lacrimógenas, donde el mangón se enamora de una pieza pobre, pero que es hija de un médico, un hacendado o un cura y que sufre hasta que Don Rafael del Junco desvela la verdad, pero hasta la boda, la muchacha se fermenta con los odios de las malas; incluidas otras jóvenes deseosas de comerse al papirrico.
Pero las castas saben que el duelo popular es ganancia de matreros y la verde oliva y enguayaberada ha tardado un minuto de la legendaria Radio Reloj en poner en marcha la maquinaria de subyugación oficial; intentando manipular el dolor a su favor.
Las personas decentes, que en Cuba abundan; aunque no resalten porque rehúyen la estridencia, saben que el dolor y el amor forman parte de la intimidad, y los indecentes -como Lis Cuesta y Abel Prieto- actúan como buitres carroñeros ante el dolor ajeno, intentando, una vez más, dividir a la solidaria y generosa emigración cubana.
La verdadera razón que mueve a Cuesta y Prieto es remarcar la falsa frontera entre quienes se portan bien y el resto de emigrados; incluidos los que visitan su país, en ejercicio de sus derechos, aprovechándose de que El Taiger sigue visitando a Cuba para ver a su abuela, que lo crió, a sus dos hijas y a sus amigos.
El castrismo siempre ha manipulado a la cultura y, especialmente, a los jóvenes juglares urbanos que, en sus canciones, retratan el desencanto y la ira de los nietos de la revolución; de ahí sus esfuerzos por encauzar a trovadores, raperos, reparteros y otras manifestaciones de la creación popular.
Ambos desvergonzados saben que El Taiger ha polemizado con otros emigrados y pretenden ahora convertir a un ser humano, que lucha por su vida en un hospital de Miami, donde sobran los recursos para atender a los pacientes, en motivo de guerra absurda entre cubanos.
Para ponerle la tapa al pomo, figuras y figurines del pan con na, lamentan hipócritamente la violencia que padece Estados Unidos, que es una vieja gangarria del comunismo de compadres contra el enemigo que los prohijó, legitimó y sostiene.
A ver, compañeritos, desgraciadamente, si el disparo contra El Taiger hubiera sido en La Habana, ya estaría muerto porque la medicina cubana cuenta con magníficos médicos, enfermeras, anestesistas y técnicos, pero carece de recursos por el general deterioro que sacude a la nación desguazada.
La violencia no es patrimonio de país alguno, solo es un mal social padecido por muchos, pero que papanatas al servicio del sistema más violento que ha padecido Cuba, critiquen la agresividad ajena y permanezcan callados ante la propia, confirma la catadura moral de delincuentes que hoy desempeñan cargos en Cuba, donde salir a la calle se ha convertido en un acto heroico en muchos pueblos y ciudades.
Para los cínicos resulta habitual ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio, pero ya sabemos que revolución es mentir siempre y que sus abyectos servidores carecen de escrúpulos morales a la hora de chapotear en el patiñero, donde hozan placenteramente.
Si en cada barrio y pueblo de Cuba se encendieran velas por la suerte de los perseguidos, la tiranía padecería de temblores crónicos y ordenaría a sus violentos reprimir con la saña habitual de los cobardes con ínfulas de mayorales.
Mientras llegan la democracia y la reconstrucción ética y material de Cuba, que las oraciones por El Taiger sean escuchadas en los olimpos católico, yoruba y bantú y -una vez que reciba el alta- que el duelo popular espontáneo llegue también a los presos políticos y a todos los cubanos a los que la dictadura más vieja de Occidente amarga la vida con su represión torpe de guayabitos con botas.
La grosera intromisión en la vida privada de las personas es un rasgo diferencial del totalitarismo y la gravedad de El Taiger ha permitido apreciar el dramático desgarro popular y despreciar la hipocresía de ese anciano régimen de difuntos y flores.