Por Anette Espinosa ()
La Habana.- El custodio de El Rapidito, un centro gastronómico de Santiago de Cuba, moría degollado el pasado domingo, mientras uno de los más abominables voceros del régimen, Joel García, director de un periodicucho llamado Trabajadores, apuntaba a Estados Unidos por el disparo en la cabeza al Taiger, que aún permanece entre la vida y la muerte.
El detestable periodista, de lo más cercano que hay al régimen castrocanelista, se enfocó en lo de siempre: la facilidad para tener armas y para acabar con la vida de otros en el país del norte, una mentira que, por repetida, pretenden convertir en verdad, aunque no se sabe el objetivo, porque a pesar de la campa propagandística contra el poderoso vecino, la inmensa mayoría de los cubanos está ansiosa por emigrar, y no a otro lugar, sino hacia allí.
Según Joel García, la vida de una persona no vale nada en Estados Unidos y ejemplifica con el cantante, pero no mira hacia adentro -ni él ni otros- y se refiere a la cantidad de personas que han sido degolladas en los últimos meses en Cuba, una lista en la cual el custodio de El Rapidito de La Alameda santiaguera tal vez no sea el último.
Como en Cuba no hay armas de fuegos, los ladrones y los asesinos van armados con cuchillos y aunque a veces apelan a las puñaladas, el modus operandi ha cambiado en los últimos tiempos y ahora van al cuello de sus víctimas para degollarlas.
El caso de Santiago es el último, pero en Holguín ocurrió uno reciente por una bicicleta, en Matanzas otro por una motorina, en Santa Clara otro para robarle un caballo a un campesino. Otro en la carretera de Manicaragua. Y así, en Güines, Pinar del Río, La Habana, en varios lugares, y el director de Trabajadores y articulista de Cubadebate, vomita un artículo contra Estados Unidos, un país gracias al cual estamos vivos la inmensa mayoría de los cubanos.
Los asesinatos con armas blancas no solo le han costado la vida a hombres para robarlos, también han sido víctimas las mujeres, generalmente por sus parejas o exparejas, con cifras que asustan a medio mundo y que no se pueden comparar con países que tienen muchos más habitantes, todo eso sin que los gobernantes tomen cartas en el asunto, porque esa no es su prioridad.
El año anterior, una joven, casi una niña, llegó a una estación de policía en un poblado de Camagüey, pidió auxilio a los agentes que se encontraban en el lugar, porque era perseguida por su expareja, pero los oficiales ni se inmutaron. Entonces, el hombre llegó, la macheteó, y la mató.
Solo después de que el hombre descargó su odio contra la chica, uno de los policías sacó su pistola y le disparó para inmovilizarlo.
Los agentes cubanos son buenos a la hora de capturar al que pone un letrero contra el régimen, al que sale a la calle pidiendo libertad, al que le recuerda los ancestros a los Castro o a Díaz-Canel, pero son incapaces de evitar un crimen, y esas escenas ocurren a diario en Cuba, al extremo de que en los pueblos las casas se cierran nada más cae la noche y no se ve a nadie en las calles.
Por el momento, el Taiger pelea por su vida en un hospital en Miami, pero el cuidador de El Rapidito ya está bajo tierra y es posible que sus asesinos no se encuentren jamás, porque la policía cubana, al parecer, tiene otras tareas importantes que realizar, y la muerte de un cubano más o menos, aunque sea degollado, no les va a quitar la caja de pollo, el pomo de aceite, el cartón de huevos y los dos pomos de ron que les venden a bajo precio cada mes.
Y tampoco va a impedir que sigan extorsionando y dejándose comprar por malhechores de una punta a otra del país. Y si alguien duda de esto, que vaya a cada pueblo y pregunte por los policías y ya les dirán como me dijeron a mí hace unos días en un pueblito del oeste de La Habana: «todos son corruptos».