Por P. Alberto Reyes Pías ()
Evangelio: Marcos 10, 2-16
Camagüey.- Según la Biblia, Dios ama, acoge, acepta a todos sus hijos. Nunca abandona, nunca rechaza, sea cual sea su realidad, pero esto no puede utilizarse como excusa para negar que, también según la Biblia, Dios hizo al ser humano con un proyecto: los creó hombre y mujer, complementarios el uno para el otro, y llamados a unirse en fidelidad indisoluble.
El matrimonio es a la vez una realidad hermosa y difícil, porque supone la convergencia de dos personas que ya, de entrada, tienen más diferencias que semejanzas, que vienen de familias distintas, de experiencias vitales distintas. El matrimonio supone un engranaje que necesita reajustarse continuamente. Caminar juntos creando una vida en común es hermoso y retador, pero no es sencillo.
Por eso, uno de los secretos para lograr ese caminar juntos hasta el final es comprender que el amor es sentimiento pero también es voluntad, es decisión: la decisión de estar, acompañar, ayudar, cuidar, proteger, consolar…
Las emociones, por muy estables que sean, siempre fluctúan, y lo hacen en todos los ámbitos de nuestra vida. El deseo de implicarnos con nuestros hijos, con los padres, con los amigos… el deseo de estudiar, de superarse, de trabajar… el deseo de ir a algún sitio, de hacer esta o aquella actividad… todo eso viene y va, aparece y desaparece, y si la vida se deja al arbitrio de lo que aquí y ahora se desea, nunca se construirá nada ni se podrá ser fiel a nada.
Por eso en la vida es tan imprescindible la voluntad, porque la voluntad responde a la fidelidad a lo que nos importa, y así, porque me importan mis hijos, mis padres, mis amigos, mi estudio, mi trabajo… me implico, me comprometo, me sacrifico, sin menospreciar las emociones pero aprendiendo a ser libre respecto a ellas. Si me acompañan, mejor, pero si en ese momentos se han ido, pues sin ellas.
Esta es la clave de la relación de pareja. Por mucho que otra persona mueva nuestros sentimientos, estos nunca serán eternamente estables, y muchas veces, estar, acompañar, ayudar… se hará desde esa parte del amor que nace de la decisión.
Por otra parte, no siempre estaremos “en el mejor momento”. Es más difícil permanecer fiel al otro cuando estamos agobiados, con exceso de trabajo, en situaciones de incertidumbre, expuestos a una enfermedad… Y sin embargo, amar significa ser capaces de nadar en medio de las tormentas para tender la mano al otro, que también tiene las suyas.
Y no olvidemos tampoco que toda realidad en la vida lleva una carga de malestar. No decidimos si vamos a tener malestar o no, sino en qué área preferimos asumir el malestar. El matrimonio lleva una cuota de malestar, como también la lleva la soltería, la presencia de hijos o su ausencia, tener o no tener trabajo, vivir aquí o vivir allá…
Amar en fidelidad es decidir estar “lo más posible lo mejor posible”, aceptando que en medio de los gozos del encuentro, habrá muchos momentos en los que el yo tendrá que morir para dar vida al nosotros.