Por Ulises Aquino Guerra ()
La Habana.- Hace muchos años leí este testimonio del ilustre cubano Juan Manuel Challeux, uno de los primeros ciudadanos negros (sino el primero) en graduarse de la carrera de Derecho en la Universidad de la Habana.
En este testimonio, el autor narra su experiencia de vida, dentro de un solar en La Habana de los años treinta y cuarenta del siglo XX.
Para la época que describe es una denuncia a la vida marginal dentro de los llamados solares, una explicación de la prácticamente imposibilidad de progreso para sus habitantes, y de cómo la miseria, la falta de higiene y de acceso al agua, así como un sinfín de carencias, van convirtiendo a los individuos en una suerte de seres antisociales, cuyo único objetivo es sobrevivir a costa de violar normas o reglas sociales de convivencia.
Narra también cómo esa comunidad de personas justifica el robo, las indecencias, la prostitución y las drogas, flagelos de los que no pueden escapar por las horribles condiciones de vida y por la ausencia total de valores, conceptos y sin la ayuda de la necesaria instrucción en civilidad y Patria.
El autor, quien fuera miembro del Partido Socialista Popular, hace hincapié en su obra, en la obligatoriedad de luchar contra la marginalidad por las consecuencias que esta le imponía a la sociedad de la época que describe.
Cual sería entonces el asombro del autor, si hubiera vivido la extensión de esa marginalización de la vida solariega en la Cuba de nuestros días, donde muy pocos pueden llevar una vida con decencia y la mayoría sobrevive imposibilitados de pensar en otra cosa que no sea comer, tarea para la cual están obligados a acudir a todo tipo de ejercicios, y donde la decencia y la razón casi no tienen sentido.
Haríamos un ejercicio inteligente en hacerles ver, que poner límites a la vida y las libertades ciudadanas constituyen la primera causa de marginalidad, de corrupción, de negacionismo y de traición a los objetivos de un país mejor.
Los índices de violencia están marcados sobre todo, por las necesidades de la gente, que conviven en un solar enorme llamado Cuba, donde poco a poco la miseria ha ido creando más que a un ciudadano, a muchos sobrevivientes de un proceso que degrada por su propio diseño y que colocó al Estado y a un solo criterio ideológico por encima de la gente.