PUERTAS

CUBAPUERTAS
Por René Fidel González ()
Santiago de Cuba.- Necesitamos encontrar puertas para salir de esta situación y si no aparecieran, tendremos que hacerlas.
Puertas que nos conduzcan a donde queremos, o que al menos nos pongan en la dirección de lograrlo, o en el camino de la ilusión de intentar el anhelo pero necesitamos, nosotros, el Pueblo, que estas sean puertas internas – toscas, desquiciadas, sin lijar, aunque sean puertas de empujar duro y con el hombro, realmente nada de esto es importante -, que nos lleven a la solución de nuestros problemas dentro de nuestros problemas, que nos dejen frente -a frente- a nuestros problemas, que es también llamar al problema por su nombre, o por su investidura pública -y no necesariamente por la popular- e incluso por su poder, su mezquindad, su prepotencia y soberbia, o sea, por todo aquello que son sus miedos a ser iguales entre otros iguales, es decir, entre nosotros.
Es preciso hacerlo porque si no, ¿qué Patria es esta tan poca cosa para dejarla vacía sin nosotros y con ellos nada más dentro?
¿Qué Patria es esta donde el Estado ha sido arrinconado -no es que se fuera- y están siendo desguazadas sus funciones sociales, solidarias y de garantía de todas las justicias frente a las injusticias?
¿Qué Patria es esa para que sea la ergástula triste de la vejez de nuestros padres y abuelos?
¿Qué Patria es esa para que la inocencia de nuestros niños sean el dolor grande en nuestros corazones?
¿Qué Patria es esa donde los otros niños -los que van o no van a la escuela- se levantan sin pan o salen a vender algo -a trabajar se dice con propiedad y dolor- como lo hizo mi abuelo que no pasó de cuarto grado? ¿Qué Patria es esa la de nuestra indiferencia?
¿Qué Patria es esa para mirarla con odio y desprecio, con dolor y rabia, con tristeza e impiedad mientras nos alejamos de ella?
¿Qué Patria es esa donde se nos excluye y persigue, se nos castiga por querer democracia, que es la Patria de nuestros muertos?
¿Qué Patria es esa la del campamento, la de los que la mandan como tal, despótico e implacables, que teme a la República y a los ciudadanos?
¿Para qué esa Patria?
Necesitamos puertas, tener puertas delante de nosotros, hacerlas delante de nosotros, imaginarlas delante de nosotros, ponerlas delante de nosotros al igual que antes pusimos por delante el sacrificio, la sangre, la única vida que tendríamos y hacerlo para romper de una vez la maldición de que las únicas puertas que nos están y han sido abiertas son las de marcharnos, callar, temer.
Nos han cerrado las puertas al sistema político, todas, milimétricamente, sin hendija alguna, nos han tapiado las puertas a la política noble y honesta, a la política lícita, a la política de la decencia y la integridad, como si el culto a la mentira, la justificación y la hipocresía plena e infinita fuera algo convincente o inevitable, nos han cerrado las puertas a los derechos, a las libertades y han encadenado al Abdala a permisos y castigos, a la tristeza -«Madre, no llores…».
Nos han cerrado las puertas a la prosperidad y la alegría, nos han cerrado las puertas a la dignidad, nos han cerrado, inapelables y ensimismados en vuestro poder, las puertas a la justicia y nos han abierto sin embargo una angosta -como unas fauces- para que pasen por ella nuestros sueños, los sueños que aquí no pueden ser, que nos prohíben ser, que nos castigan por ser, dicen, sueños sediciosos, sueños desobedientes, sueños, en fin, contumaces como todos los sueños.
Tenemos que abrir las otras puertas y quizás es preciso empezar por ti, por mí, por nosotros: abre tu puerta. Por cada una de ellas que se abra, que sepamos abrir, entraremos a lo que nos puede ser pospuesto una y otra vez pero no cancelado.

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