Tomado de MUY Interesante
No era por una carencia técnica de los artistas, sino por una elección que iba más allá de lo estético.
Madrid.- En un rincón silencioso del museo, una familia curiosea entre las reliquias de una era casi incomprensible. Sus pasos los llevan ante un mural egipcio, donde los ojos de un niño se agrandan ante la extraña postura de las figuras pintadas. «¿Por qué están todos de lado?», pregunta, señalando el perfil inconfundible de un faraón eterno en su marcha ceremonial. Sus padres, igualmente intrigados, se acercan para contemplar el arte que combina ojos frontales con narices de perfil.
Este estilo distintivo, que atrapa la curiosidad de visitantes de todas las edades, es un sello del antiguo Egipto, donde cada línea y cada forma tenía un propósito más allá de la mera representación estética. Pero, ¿qué motivaba esta elección artística tan peculiar? ¿Por qué los maestros pintores del Nilo optaban por dibujar a sus figuras de esta manera tan inusual, tan distinta a nuestra percepción moderna de la proporción y la perspectiva?
El arte en el antiguo Egipto
En el antiguo Egipto, el arte no era simplemente una expresión estética; era una herramienta esencial para documentar la vida cotidiana, religiosa y política. Las paredes de templos y tumbas se adornaban con detalladas representaciones que narraban desde festividades diarias hasta rituales sagrados y conquistas de faraones. Cada imagen era un registro, una forma de comunicar a las futuras generaciones y a los dioses las glorias y devociones del presente.
Esta documentación seguía reglas artísticas estrictas, entre las cuales la representación en perfil de humanos y dioses era la más característica. Esta técnica no era arbitraria; tenía profundas implicaciones espirituales y simbólicas. Según las creencias egipcias, el «ka» o espíritu de una persona residía en su representación física, por lo que era vital capturar esencias más que apariencias. El perfil permitía mostrar claramente los rasgos distintivos de cada figura (el contorno de la nariz, la forma de la boca) mientras que el torso y los ojos se mostraban de frente para enfatizar la importancia del corazón y la mirada, considerados asientos del alma y la conciencia. Así, la elección de representar figuras en perfil tenía un propósito dual: asegurar el reconocimiento espiritual y preservar la esencia vital del representado para la eternidad.
No es que no supieran pintar personas de frente
Una de las teorías inicialmente propuestas para explicar la peculiaridad de las representaciones egipcias sugiere que los artistas de la antigüedad no dominaban el uso de sombras y luz, lo que habría limitado su habilidad para plasmar figuras de manera tridimensional. Sin embargo, esta idea se descarta rápidamente al observar el detallado trabajo de maquillaje y sombreado en las esfinges y otras esculturas, que demuestra un conocimiento sofisticado de estos efectos visuales. En cambio, la elección del perfil y la frontalidad era una decisión estilística intencionada, cargada de simbolismo y funcionalidad.
Rosa Pujol, presidenta de la Asociación Española de Egiptología, explica: «el arte egipcio, lejos de demostrar una falta de conocimiento, era extremadamente codificado. Cada elemento servía para comunicar aspectos esenciales del sujeto representado». En efecto, al dibujar el rostro de perfil y el cuerpo de frente, los artistas podían enfatizar los órganos vitales como el corazón, al tiempo que capturaban la esencia espiritual y las características definitorias del individuo, tales como la forma de la nariz y la mirada del ojo, ambos visibles y reconocibles en perfil. Esta técnica aseguraba que tanto la identidad como la vitalidad del sujeto fueran preservadas para la eternidad, una creencia profundamente arraigada en la cultura egipcia.
La falta de perspectiva en el arte egipcio también jugó un papel crucial en cómo se representaban las figuras y escenas. Lejos de ser una limitación, la ausencia de profundidad perspectiva permitía una representación más plana y jerárquica, donde el tamaño y la colocación de las figuras indicaban su importancia relativa dentro de la escena. Este enfoque facilitaba la lectura clara de los roles y estatus de cada figura, reflejaba y reforzaba el orden social y religioso de la sociedad egipcia. Al colocar figuras importantes de manera prominente y en tamaños más grandes, el arte servía como un reflejo directo y perpetuo de las estructuras de poder y la cosmovisión egipcia.
El faraón que lo cambió todo
Akenatón, el faraón hereje, marcó un antes y un después en la historia del arte egipcio. Rompiendo con las rígidas convenciones estilísticas de su tiempo, introdujo un estilo de representación mucho más realista y personal. Durante su reinado, las figuras estilizadas y eternamente jóvenes dieron paso a imágenes que mostraban emociones genuinas y formas corporales naturales, incluyendo la representación de su propia familia en escenas cotidianas de intimidad y afecto. Esta innovación cambió la forma en que se representaban los faraones y sus familias, e influyó en cómo se concebía el arte como un medio para capturar la realidad humana y no solo lo divino o idealizado. Akenatón fue pionero en mostrar vulnerabilidad y humanidad, alejándose de la tradicional omnipotencia faraónica y acercando a los dioses al plano terrenal. Este cambio radical ofreció una nueva dimensión al arte egipcio, aunque fue breve, ya que, tras su muerte, el arte regresó a sus formas clásicas.
La persistencia del canon de perfil en el arte egipcio refleja una clara intención de inmortalizar y proteger lo esencial de sus vidas y creencias. Esta técnica artística, más allá de su estética, aseguraba que los aspectos cruciales del espíritu y la identidad fueran preservados para la eternidad. Al regresar a la familia en el museo, vemos cómo, a través de los milenios, las enigmáticas representaciones de los egipcios siguen capturando la imaginación y la curiosidad. Padres e hijos, frente a los murales antiguos, no solo aprenden sobre un pasado lejano, sino que también conectan con las aspiraciones universales de memoria y perpetuidad que compartimos todos. (EFE)