RAMÓN ESPINOSA MARTÍN, ARMAS PARA PROTEGER YANQUIS

CUBARAMÓN ESPINOSA MARTÍN, ARMAS PARA PROTEGER YANQUIS

Carlos Cabrera Pérez

Ir hacia ti, mujer de la ancha sombra,

Celosa de tus luces recogidas,

Donde enmudecen ya sentas heridas

Entre la Gracia que el silencio nombra.

Gastón Baquero

Majadahonda.- Un infarto acaba de matar a Ramón Espinosa Martín (Camajuaní, 1939-La Habana, 2024), general cubano con una trayectoria y formas atípicas, pionero en la colaboración con Estados Unidos; vía Cabinda, protagonista  del mayor encontronazo del Directorio con Fidel Castro y obligó a Raúl Castro a violar sus propias normas para reingresarlo al Buró Político.

El Cojo Espinosa tenía todas las papeletas para no figurar en la casta verde oliva y enguayaberada: villareño y no oriental, combatiente del II Frente del Escambray y anticomunista por tradición familiar; sus padres simpatizaban con la ortodoxia de Eduardo Chibás y pese a que había militado inicialmente en el Movimiento 26 de julio, se alzó en El Escambray en una guerrilla del Directorio Revolucionario 13 de marzo; junto a José Moleón y Faure Chomón.

Previamente, había vendido bonos del 26 y aprovechado sus conocimientos y abundancia de explosivos en Camajuaní, pueblo de gran tradición parrandera, para sabotear objetivos económicos y atentar contra la ruta de guaguas entre La Habana y Caibarién.

Siendo ya primer teniente de la guerrilla triunfante, en enero de 1959, ocupó y recogió armas en el campamento militar de Managua y en la base aérea de San Antonio de los Baños y se atrincheró -junto a otros- en la Universidad de La Habana, hito que llevó a Fidel Castro a pronunciar aquello de ¿armas para qué?; echando a la masa analfabeta políticamente sobre los rebeldes del Directorio.

Ya entonces, Castro recelaba de todos y quería el poder absoluto para sí, pero muchos cubanos no leyeron su megalomanía hasta que dijo aquello de ¿elecciones para qué? Quizá ya era demasiado tarde.

Años después, Espinosa Martín recordaba el incidente en entrevista con Luis Báez:

«En medio de esa situación nos llegó una orden de Moleón que mandáramos un camión cargado de armas para la Universidad. Nosotros participamos en ese traslado, dejando el armamento en el Patio de los Laureles. Pusimos dos rebeldes a cuidarlo y regresé a San Antonio.

No supe nada más sobre ese tema hasta que Fidel, días después, pronunció, el 8 de enero su famoso discurso de: ¿Armas para qué? Preocupación lógica si ya la guerra se había acabado. Esa situación se resolvió armónicamente. El 9 de enero el comandante Filiberto Olivera y su tropa se hicieron cargo de la Base. Yo fui con nuestro personal para La Cabaña.

Como Espinosa pudo estudiar, hasta el sexto grado pese a la condición de obrero agrícola de su padre, libró de aquel público choque con el comandante en jefe, combinando cargos con estudios militares, donde destacó por su disciplina y aplicación; siendo su primera responsabilidad la de jefe de una fuerza táctica en la Siguanea, suroeste de Isla de Pinos.

Flavio Bravo Pardo, joven comunista e introductor de Raúl Castro en la guara de la Tercera Internacional, respaldó al entonces marcado Espinosa por la ira del supremo, convirtiéndolo en su segundo al mando de la Inteligencia Militar y apoyándolo en su formación bélica y humana.

Desde entonces, su carrera militar y política fue en ascenso y el enclave petrolero de Cabinda (1975) fue crucial en su biografía porque allí vio la muerte de cerca y, desde entonces, arrastró una cojera; debido a la explosión de una mina que descuajeringó el vehículo en el que viajaba, pero también vio una oportunidad de negocio en la custodia de los activos de empresas estadounidenses, siendo aprobada su original propuesta por La Habana, aún ignorante que catorce años después, la generosa y desinteresada URSS la iba a dejar con la carabina al hombro; aunque los negocios siempre han sido prioridad para los más conocidos Castro Ruz.

El cineasta Jorge Fuentes abordó la proeza de Espinosa Martín en su película Cabinda (1987), pero no tuvo luz verde para contar la paradoja de que tropas cubanas sirvieran de CVPs a los ricos petroleros estadounidenses. 

Sus jefaturas del Ejército Oriental y la Misión Militar Cubana en Etiopía consolidaron sus vínculos con Fidel y Raúl, que apreciaron sus cualidades de jefe combativo y organizador, pues en el cuerno africano tuvo que afrontar retos administrativos y logísticos no previstos inicialmente; en parte por las carencias etíopes, y la otra por la falta de oficiales en áreas como Retaguardia y Finanzas, que solventó con audacia y el apoyo del Estado Mayor General (EMG).

La Unión Soviética retrasaba o incumplía las entregas de alimentos y vestuario para las tropas cubanas y, en aquellos años, los tratos comerciales en Etiopia carecían de facturas, y bajo su mando se creó un Certificado de gastos bilingüe, que permitió establecer una contabilidad razonable y la experiencia de Díaz Estrada, uno de los mejores auditores de las FAR.

Los discretos venta de armas a la guerrilla yemenita y un pasillo comercial con Djibouti, permitieron recaudar dinero para las arcas militares cubanas, más alimentar, vestir y calzar a unos ocho mil hombres del segundo ejército de ultramar cubano, distante a casi 12.500 kilómetros.

Pese a los esfuerzos de afiebrados de cualquier totalitarismo, Espinosa se negó a maquillar la Tabla de Reporte Regulares (TRR) y, si aún se conservan en los archivos del EMG, cualquier investigador con permiso podrá constatar aquellos informes con cifras de hombres vestidos, semivestidos y semidesnudos.

Espinosa Martín no lo tuvo fácil en Etiopía porque relevó al mítico y sacrificado Arnaldo Ochoa Sánchez; brillante estratega de la batalla de tanques, pero poco dado a la burocracia. La perfidia castrista lo colocó, años después, en la saturniana tesitura de presidir el Tribunal de Honor que degradó al entonces más «charlatán» de los generales cubanos, del que nunca se sabía si «hablaba en serio o bromeaba»; siempre según las revelaciones de Raúl Castro -que sigue vivo- y una de aquellas madrugadas del verano de 1989, lloró cepillándose los dientes.

Cuando ya pensaba en el retiro, el general de ejército lo sacó del bullpen para reorganizar la cúpula del FARINT, tras el pase a la ECOTRA (Empresa Consolidada de Otras Tareas Revolucionarias) del también general y Héroe de la república, Leopoldo Cintras Frías; y en previsión de la muerte del yernísimo López-Calleja, el más espabilado de los Chicagos Boys tardocastristas.

Junto a su familia, quien más lo llora en estas horas; previas a otro aniversario de los CDR, ya sin caldosa, es el general Roberto Legrá Sotolongo, camilito prosirio a quien prohijó desde su época al mando del Ejército Oriental y que desempeñará un papel decisivo en el encumbramiento de un jefe menos viejo para seguir cosechando victorias hasta la derrota final; previa consulta de Alvarito (López Miera) con el Cuate.

Aunque las hagiografías oficiales muestran siempre a los jefes castristas como hijos de familias humildes (excepto al uno y al dos que eran ricos con sensibilidad social) y modelos de perfección humana, el propio Espinosa contaba su disfrute infantil en vallas de gallos y las carreras de caballos en terraplenes de Camajuaní, donde también intentó ser pelotero, pero fracasó como segunda base y pitcher; mientras cantaba décimas a lomos de caballo para espantar el miedo; sobre todo en las noches; que ahora se ha cernido definitivamente sobre él y su corcel corcoveante y poco mambí.

 

 

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