Por Nadieska Almeida ()
La Habana.- Considero que uno de los acontecimientos cotidianos más hermosos es el amanecer. Levantarse y disfrutar cómo poco a poco la noche va dejando paso a la claridad; empiezan a escucharse las voces, los saludos, las prisas… La vida comienza una vez más, y sin darnos cuenta, así van sucediendo nuestros días.
Cuando una mujer trae una nueva criatura a este mundo, la expresión común es “dio a luz”, y quizás nunca nos hemos detenido en la riqueza y profundidad de esta expresión.
Desde el origen mismo de la vida ha habido siempre ese diálogo, esa coexistencia de la luz y de la oscuridad; y la misma esencia de la vida, en ese diálogo, a lo que tiende y busca es la luz. La luz es signo de vida.
En la Biblia, el libro del Génesis (en el principio), nos dice que Dios separó la luz de la tiniebla. Si seguimos profundizando, recordamos el gran regalo de la Vigilia Pascual, la noche de la luz. Cuánta belleza encierra, cuánto proceso que nos invita a ir caminando hacia lo que estamos hechos: la luz, la Vida.
Sin embargo, hoy mientras rezo, escribo desde una experiencia de oscuridad, de dolor ante una nación que tocó la luz, y continuamente está bajo tinieblas. Es angustiante la incertidumbre que vivimos, la tensión psicológica preguntándonos si amaneceremos con o sin luz, si la quitarán en el día o en la noche, viviendo con apagones casi permanentes. Y junto a esto, la desinformación, las mentiras y las promesas incumplidas.
Nuestros niños se desesperan con la oscuridad, el calor y el hambre. Los trabajadores, sin haber descansado lo necesario, van a sus centros laborales porque de allí sale el sustento, mísero, pero algo seguro para sus familias. A esto se le suma la violencia desmedida y la ola de suicidios que no tiene edad, porque el obstinamiento y la desesperanza alcanzan a casi todos.
Ante esta cruda realidad, hoy me digo: qué más nos queda, porque lo que sí es evidente es que nos acecha lentamente la muerte. Y es que acostumbrarse a las migajas no es digno, es signo de muerte; acostumbrarse a la incertidumbre porque dependes de que otros decidan por ti, es signo de muerte; aplaudir o alegrarse porque pusieron un rato la luz, no sólo es signo de conformismo, sino que también expresa que asentimos a la injusticia, pues, como dice un gran amigo: las injusticias no se aplauden. Es un signo de muerte ver cómo se desangra nuestro país, nuestras familias, con tantos cruzando fronteras en el intento de buscar luz en otros lugares. Duele hasta taladrar el alma.
Ante todo, lo que vivimos, cuánto me gustaría tener una respuesta real que no sea la de que hay que comprender porque vivimos tiempos difíciles. Creo que mi generación siempre ha vivido en tiempos difíciles y no ha salido de ellos.
Ya, ya es suficiente. Y lo decimos continuamente, y lo lloramos, y lo rezamos, a veces reclamándole a Dios lo que está en nuestras manos.
Ya, ya es suficiente. Todos aspiramos a la luz y no a que nos sigan repitiendo que no perdamos el ánimo porque una vez más saldremos adelante.
Ya, ya es suficiente que al quitarnos la luz también entre el juego de quitar Internet y todo tipo de comunicación, para que no olvidemos que somos isla, como si sufrir las consecuencias de sentirnos incomunicados por horas sirviera para callar el descontento que va ganando terreno en el alma de esta nación.
A Dios siempre dirijo mi súplica, porque es quien sostiene mi vida y en quien pongo mi confianza. Hoy, ante Dios, con el respeto de siempre, y una vez más ejerciendo mi derecho a la libre expresión, reclamo a nuestros gobernantes. Son ustedes quienes tienen que garantizar una vida digna a este pueblo, los que tienen que gestionar luz/vida para los cubanos. Cuando los responsables de una nación no tienen la capacidad para dar respuesta, lo más sabio es transferir la responsabilidad a quienes pueden ofrecer otras alternativas.
Este pueblo no puede seguir soportando más injusticias. Este pueblo clama y reclama la libertad de VIVIR EN LA LUZ, que va mucho más allá de la luz eléctrica; es la luz que emana de la Vida, de los derechos humanos respetados y no vejados. Basta ya de seguir llevándonos a arrastrar la vida. Basta ya de dolores evitables. Lo normal no es la miseria, ni el acostumbrarnos a la podredumbre, la indignidad, la indolencia deshumanizante, la impunidad. Lo justo para todos es caminar por este tramo al que llamamos Vida dignamente, libremente, siendo cada uno protagonista de su opción por la vida.
Mi oración confiada a Dios, al mismo tiempo que acojo en mi alma el dolor de tantos que también se unen a mi plegaria y reclamo.