Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Acabo de hacer una publicación acerca del día de Obbatalá (Virgen de las Mercedes) y como me están dando duro con el déficit energético, he recordado cosas respecto a mi fe o religiosidad «particular».
La gente acude a la fe por millones de motivos y la abraza de millones de maneras. Y aunque tengo mente abierta para convivir con eso, respetarlo y hasta admirarlo (creo que llevan ventaja espiritual, emocional y psicológica quienes tienen la posibilidad de creer), veo el mundo de manera empírica y práctica. Creo lo que veo y abrazo lo que me apasiona.
Pero en muchas ocasiones he sentido la fuerza de la religión.
Quien visite las formidables iglesias de Praga o converse con un sabio babalawo, quien medite en lo inexplicable de muchas cosas en este mundo y acepte que la mente es tan poderosa que aún no se le conocen límites (del potencial del cerebro aún usamos muy poco… algunos NADA), no puede por menos que aceptar que existe una esfera de experiencias, sensaciones, pensamientos, reacciones y sentimientos que escapan a toda lógica materialista.
He sentido energías inexplicables, sí, en la capilla de una iglesia frente a una magnífica reproducción de la muerte de Jesús en mármol. Y la he sentido en una «consulta».
Pero mi espíritu burlón me ha llevado a no creer en el sentido ampliamente difundido. Máxime pensando lo que pienso de los «administradores de fe» en todas las religiones. Creo más en uno como su propio Dios, a quien rendirle cuentas y a quien tener en cuenta. Me rezo sin mover los labios pero me rezo y me encabrona mucho tener que hacer cosas que no le gustan a ese Dios mío cuando las hago.
Hubo una actriz muy querida. Avanzada en estos vericuetos de la religión, Natalia Herrera, quien además de ser una absoluta monstrua de la actuación, tenía una religiosidad proverbial. Hablamos mucho del tema y me decía «no creas ni carajo, lo tuyo no tiene solución, pero lleva siempre presente que en un hombro tienes a Shangó y en el otro a Yemayá».
Yo la miraba con esa carita socarrona que sé poner y me decía: «Tú te salvas que te quieren sin quererlas, pero le ronca los timbales».
Sean felices, quieran en lo que crean. Pero para querer de verdad, hay que creer de verdad. No hay de otra. Se los digo yo que quiero con coj*** en lo que creo. Y envidio al que cree más.