Por Laritza Camacho ()
La Habana.- Invoqué a mis muertos, toqué maracas, soné campanas, prendí velas y soplé humo de tabaco. Cuando sentí el escalofrío del más allá recorriendo mi columna y haciéndome cosquillas en la nuca, me senté en el taburete y abrí la baraja sobre el tapete blanco.
Es curioso, mis manos son iguales a las de mi padre, pero cuando las paso sobre las cartas, dejo de ver mis manos y veo las de mi madre con su luz y su aché.
La verdad, sólo la verdad, por dura que sea… invoco. Y las cartas van hablando con su lenguaje parabólico, inexacto y esperanzador: casa, salud, dinero, trabajo, país.
¿País? ¡Siah cará!… ¡Por poco me baja el muerto! Pero cuando dije país, el espíritu se recogió como si le mencionara al diablo…
Respiro profundo, leo entre líneas, hago asociaciones… siempre sale un envidioso, un inepto atravesa’o, un proyecto inacabado, una mujer perversa de la que hay que cuidarse y un viajecito… ¡Bahj! En nada de eso me detengo: lo que sea, será.
Recojo la tirada, doy las gracias a pesar de las dudas, apago la vela de un suspiro y aprieto mi carta de triunfo… ahí donde quedó, bajo mi manga, en silencio pa’ que se dé..
La suerte, como la justicia, suele ser ciega y resbalosa. No hay triunfo mayor que el que se comparte. A Dios rogando y con el mazo dando.
¡Aché… cuídense!