Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Hace una semana, la dirección del sistema informativo de la televisión cubana, esa coletilla que le enganchan los periodistas detrás de cada nota y que termina por aburrir por lo larga que es, orientó trabajar el tema del pan y mandarle un mensaje optimista a la población, luego de las críticas por el nuevo peso del que venden normado y las viejas condiciones, que lo hacen casi incomible.
Allá fueron los periodistas de varias de la provincias a entrevistar a los que trabajan en las panaderías, a dirigentes de toda la unión, a inspectores, incluso a clientes y lo que salió fue lo de siempre, algo así como que hay problemas, pero con el trabajo serio y mancomunado de todos, lo vamos a resolver y vamos a salir adelante.
Claro, en el vídeo adjunto podrán ver que, cuando había problemas con el peso, fue solo una coincidencia, que los panaderos usan tapabocas, que las condiciones higiénicas son casi idílicas, que los encargados de velar por la calidad son muy preocupados, que los jefes se dejan la vida, y no sé cuántas cosas más que todos, de lejos, sabemos que son mentiras, burdas mentiras.
Lo del pan en Cuba es endémico y sistémico. Cuba es el país donde se vende el peor pan del mundo, elaborado con un mínimo de ingredientes, porque el resto se los roban, desde los dirigentes hasta los obreros, desde los que trabajan en la provincia o en los ministerios hasta los encargados de hornear las hogazas.
Y aún así se vende, pero por un problema de sistema, porque la demanda es infinitamente mayor que la oferta. No importa cómo lo hagas, porque siempre lo vas a vender, porque un pueblo, sumido en más del 90 por ciento en la pobreza absoluta, se tiene que comer lo que aparezca.
Si Cuba fuera Costa Rica, Colombia, Guatemala, Paraguay o Bolivia, ese pan no lo iban a vender jamás. Es más, si Cuba fuera Haití, nadie lo iba a comprar nunca. Y eso da una idea de la situación actual de la isla comunista, donde un uno por ciento vive como si fueran reyes, otro cuatro por ciento no la pasa mal gracias a las bondades de estar cerca de la familia real, y un cinco por ciento más se encarga de robar a destajo sin importarle lo que pasa.
Ese mísero pan que tienen que comer los niños antes de ir a la escuela, que es, tal vez, el único alimento de los ancianos, no se lo come nadie en el mundo. Pero en Cuba el hambre es atroz, y es esa la razón por la cual ves a personas recogiendo del piso, de una acera o calle, un poco de picadillo que se le cayó a un camión.
Recogen con precipitación lo que luego se van a comer, sin tener en cuenta que cayó en un lugar contaminado, tal vez con heces de perros y gatos, por donde camina la gente, corriendo un riesgo infinito. O le caen detrás a un camión o a una carreta de un tractor, que lleva sobre la cama, llena de tierra, huesos de res. Huesos blancos, que no tienen un gramo de carne. Así anda Cuba.
Y entonces, en la televisión nacional, en el noticiero de un domingo, se aparecen con un reporte especial dedicado al pan. ¿Pero cómo pueden ser tan hijos de puta todos, desde los periodistas a los jefes? Cuando deberían ponerse del lado del pueblo, criticar, acusar, poner sobre el tapete, se prestan para decir que todo está bien, que las quejas sobre el pan, como dice algún entrevistado con algún cargo, son infundadas. La gente en Cuba, para ellos, está contenta con la migaja que le dan y solo unos inconformes -los de siempre- se atreven a protestar.
Con el pan pasa como con Díaz-Canel: nos lo venden por bueno y es una mierda, un tipo ahí que solo sirve para lavarle la cara a otros, a los todopoderosos que hacen y deshacen con la vida de millones de personas.
Cubanos de acá, de adentro, tenemos que terminar con esto de una vez. El pan es solo un ejemplo de lo mal que andamos. Porque estamos mal, por más que la televisión te diga que desde la cúpula y las instancias intermedias se desviven porque todo esté bien. Todo eso es una soberana mentira, que yo me niego a creer.