Por Lartiza Camacho ()
La Habana.- Cuando se le echa agua al jugo, sale un producto aguado, malo al paladar y sin nutrientes, pero no te mata.
La cosa cambia si esa misma crisis mental y pérdida de valores entra en zona de peligro… dígase salones de operaciones, basura por doquier, control de calidad de cualquier proceso, calles con baches y choferes corriendo con una música (da igual el género) a todo meter, de manera que son incapaces de escuchar un claxon de advertencia, un grito de peligro que pueda evitar un accidente.
El problema va a peor si se justifica constantemente y se le echa la culpa a cualquiera, menos a los culpables. Y la mentira llega para llenar las grietas y sepultar en ellas a los pocos que aún se preocupan, señalan, son cívicos, se arriesgan… se quedan.
Cuando todos los cargos, puestos y oficios, son ocupados por mediocres politizados, más preocupados porque «no les rayen la pintura» que por crear y hacer… todo bajo su dirección se banaliza, se arruga, se desdibuja. Incluso la ideología que se jactan de defender para escalar, se convierte en masa amorfa sin sentido, tan incomible e incomprensible como el mísero pan de cada día.
Todo sucumbirá si queremos seguir tapando el sol y la vida, con un dedo.
Desde un reguetonero popular que dice amar a su patria pero irrespeta con palabrotas soeces a sus entrevistadores y a su público y después recibe el aplauso y el abrazo de los jefes que mandaron a prohibirlo o limitarlo en la radio cubana (la de su patria) cuando se fue, hasta un programa de tv fuera del aire porque alguien decidió probar un breaker cuando estaban en vivo, pasando por el regreso de un Guzmán a todo trapo, pero rota la esencia de lo que debería defender, que es la canción y la buena música. Y me refiero a esa música cubana que se ha abierto paso por el mundo sin necesidad de consigna alguna. Música cubana, con mayúsculas, con clave de sol brillante.
Los ejemplos son infinitos, la causa es una sola: la mentira propagada como los virus que nos aquejan.
Cada cual puede hablar de su propio oficio, su entorno, su barrio, su fábrica, su medio de transporte, su operación o su salón de operaciones.
El jugo con agua es malo, pero no mata. El «hombre nuevo», criado con mentiras y silencios, hipocresías y consignas, se convierte en monstruo social, en víctima y victimario de un sueño que ha resultado pesadilla diaria.
¡Despertemos!