Por Yoandy Izquierdo Toledo (centroconvivencia.org)
Pinar del Río.- Las redes sociales se han convertido en una poderosa herramienta para la comunicación. Son múltiples los usos que han tenido, desde los perfiles personales hasta las páginas institucionales para dar a conocer la visión, la misión, los objetivos y las actividades que desarrolla determinada organización o proyecto. Sin embargo, la responsabilidad de cada usuario o de la entidad de la que se trate, es la clave para establecer una valoración positiva y superar las deformaciones que proliferan en el espacio virtual.
La función más básica de las redes sociales es la de conectar a las personas, estableciendo nuevas amistades, rescatando antiguas, acortando las distancias. Por otra parte, a partir de los perfiles que responden a organizaciones, las personas pueden establecer relaciones laborales o profesionales. Estas son algunas de las bondades principales, pero no están exentas de esa cuota de seriedad, uso discriminado y responsable que también escasea notablemente. En su ausencia, desgraciadamente nos percatamos de que las redes a veces se convierten en verdaderos campos de batalla. No hay filtros, el lenguaje es violento, parecen más bien un vertedero de la vida pública, que un espacio para la conexión, socialización y disfrute. Se pierde la oportunidad de quedarse callado ante los ataques y se generan enormes discusiones en el ciberespacio, puede ser sin conocer siquiera al interlocutor. Con o sin razón, no se justifica la desproporción que tiene lugar entre el contenido y la forma que, particularmente creo, en muchas ocasiones nadie sería capaz de expresarse así de modo presencial.
Es necesario perder un poco esa sensación de que todos nos quieren hacer daño, de que este o aquel dijo tal cosa en las redes por mí o directamente para mí. Y si así fuera, porque nuestras intuiciones son comprobables, ¿qué sentido tiene entablar un “debate” personal en la palestra pública? Fíjense que pongo debate entre comillas, porque no siempre tiene lugar tal actividad, son más las discusiones, la acción-reacción, el ataque y la defensa, que la exposición respetuosa de diferentes puntos de vista.
Entiendo que en los sistemas cerrados como el nuestro, donde internet llegó por decreto, después de ser un anhelo de los cubanos en el camino para parecernos a una sociedad civilizada, la formación necesaria para un uso adecuado de la red de redes debió llegar antes. Y se adelantó el producto sin preparar, como en tantos otros procesos, a la sociedad receptora. La educación en las redes, así como lo educativo visto desde un enfoque global, si bien contiene elementos que se van aprendiendo con la práctica, en muchos aspectos debe ser anterior. Son reglas mínimas de educación formal llevadas al escenario virtual. ¿Qué y cómo escribo? ¿Qué imágenes publico? ¿Cómo reacciono a los comentarios de los amigos, que incluso con frecuencia son desconocidos? ¿Son las redes sociales un espacio para la verdadera socialización o las empleamos para la confrontación, la publicación de lo que no somos capaces de decir fuera de un dispositivo electrónico o la vigilancia de la vida de los otros?
Más allá del uso personal, me gustaría también comentar, brevemente, sobre los beneficios y perjuicios de las redes sociales desde el consumo por parte de las instituciones. Es cierto que garantizan la visibilidad y la divulgación de los contenidos que se producen; propician el establecimiento de redes de intercambio profesional y pueden generar interesantes fenómenos como el de “multitudes conectadas”. Este último permite nuclear, sin liderazgo establecido, ni imposición de criterios, a muchas personas alrededor de una idea que ha llegado a convertirse, incluso, en movimientos que traspasan el interés público de la calle al parlamento.
La arista institucional no está libre, tampoco, de ciertas deformaciones que hay que solucionar. La inmediatez de la redes sociales, por ejemplo, puede contribuir a la reproducción de noticias sin la previa triangulación para comprobar su veracidad. Por otra parte, cobra importancia el uso de fuentes confiables para poder responder por algo que ha sido investigado y trabajado a fondo y, en el caso de que las fuentes no deseen ser reveladas, esto debe ser estrictamente respetado. Las confrontaciones entre un medio y otro también deben ser evitadas, así como el plagio y la publicación sin referir la fuente original de dónde ha sido tomado un texto, una imagen o cualquier contenido. Tiene que importar siempre, por encima de la métrica (traducida en las redes como alcance, vistas, reproducciones, reacciones a una publicación, interacciones a través de comentarios, veces que los usuarios comparten la publicación original, entre otras formas de medición del “éxito”) la calidad del contenido, su compromiso con la verdad y la manera educada y respetuosa en que se presenta.
Seamos capaces de discernir entre todas las posibles miradas negativas de las redes sociales, su función primordial de conectar a las personas, estimular el aprendizaje y el desarrollo cognitivo. Ello edifica a la persona humana. Todo lo otro son batallas sin sentido, números que se archivan y comportamientos que no debemos imitar.