Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Ya todos los implicados en esta anécdota somos bastante mayores y en su generalidad absoluta, hemos desarrollado carreras que han demandado no sólo talento, sino sacrificio y disciplina. ¡Éramos tan jóvenes!
Así que… ¡qué carajo!, con sus nombres y apellidos. Ellos sabrán reír igualmente del recuerdo.
Pues na… Época de Sabadazo. Sin jodedera ni na… Los Beatles en Cuba. Recuerdo aquello y me da… ¿cómo pudimos soportar aquél descomunal cariño? ¿Aquella fama desbordada? Aun miro y me aterra un poco. Pero siempre había alguien (o «alguienes») pa despetroncarle a uno el ego y trapear el piso con él.
Los días que grabábamos el programa, los actores teníamos entrada en el estudio desde la mañana. Ensayábamos y a mediodía almorzábamos en lo que los utileros de la orquesta invitada montaban sus tarecos. A la una y media, aproximadamente, debían llegar los músicos y se arrancaba la grabación.
Pero los salseros eran mundo aparte. Igual que los humoristas de Sabadazo eran estrellongas en el firmamento del cubano. Había un boom de la música bailable cubana y las principales figuras de las orquestas eran superhéroes Marvel. Así que se daban su lija la mayoría… o sencillamente se les pegaban las sábanas del concierto de la noche anterior. 𝔾eneralmente llegaban tarde.
Los actores nos vestiamos y maquillábamos después del ensayo de la mañana y casi siempre nos sentábamos a conversar en el salón de maquillaje… A esperar.
Aquél día tocaba Paulito. Tipo simpático con un talentazo, al que aún quiero y admiro. Pero era un sabrosón del carajo. Pa qué… Aguarda y espera y espera y aguarda…
Casi siempre quedábamos en una especie de círculo conversando. Aquella tarde, Carlos Otero quedaba lejos pero de frente a la puerta mientras que Ángel García (Antolín) estaba justo de espaldas muy cercano.
Cuando ya se habían agotado todos los chistes y conversaciones a eso de las tres de la tarde… Antolin ya mordía el tabaco con frenesí:
– Caballero. lo de esta gente ya es un abuso llegando tarde. Pa mi que hacen competencia y sentados en el carro en la esquina, esperan pa aparecerse diez minutos más tarde que el que más tarde llegó.
– Guajiro, ellos tienen trabajo hasta las cuatro o las cinco -dijo Carlos sin mucha cuerda.
– Sisisisi, pero que duerman otro dia- dijo alguien queriendo poner la cosa más colorá.
– ¡Nosotros también hacemos cabaré! -Antolin seguía en lo suyo-. ¡Y trabajo es trabajo! ¡Mira el Paulito ese! ¡Ni que fuera Alain Delon!
En eso, silenciosamente, Paulito asomó la cabeza en el salón sin decir palabra. Antolin fue el único que no lo vio llegar.
– Ese flaco es un descarao! -dije yo mirándolo- ¡nos tiene aquí aterrillaos por gusto!
Alguien más cogió la seña y metió más gasolina en el fuego:
– ¡Juanito que es Juanito, llega temprano!
Antolin ya quería tragarse el tabaco y rompió de carretilla:
– ¡Qué se va a comparar el flaco ese a Formell, chico, no jodas! Es un tractor al lado de un Ferrari! ¡Con su bobería y su risita, yo no sé quién coño se ha creído que es! ¡Es un…!
Palutito en la puerta tenía la cara de serio mas grande del mundo y el guajiro no apagaba la ametralladora. Y todos nosotros cagaos de la risa aguantando como unos caballos. Hasta que en un aire de su discurso antiPaulito, Carlos, con un gesto muy característico (colorao como un tomate de aguantar la risa) le señaló la puerta a Antolin estirando los labios.
El guajiro se viró y…
– ¿Que hay, figura? -dijo casi inaudible.
La de gente dándole a las paredes y tiraos en el piso ahogados de la risa no la pude contar. Yo estaba disfrutando reirme como pocas veces en la vida.