Por Jorge Menéndez ()
Cabrils.- El socialismo lo adoptó para Cuba Fidel Castro, determinó que era irrevocable y hasta hoy el gobierno lo mantiene como tal, muchos años después de que todos aquellos países que se decían socialistas abdicaran.
Cuba y su socialismo , se han convertido en «trinchera del antimperialismo» sin nada a cambio, algo así como aquel dicho de que «perro que ladra no muerde».
El socialismo Cubano se ha convertido en un clan mafioso y de mafiosos, manejado por militares ocultos que realmente ostentan el poder en la sombra, a espaldas de los Díaz-Canel de turno.
La riqueza que amasa este clan es fruto de regalar negocios a grupos turísticos extranjeros, tipo Meliá o Red Diamonds, y exprimiendo las remesas que recibe la población cubana desde el exterior.
El modelo económico de Cuba se sustenta en remesas y obras de caridad de países «amigos», que envían cada cierto tiempo alguna donación, entre ellas combustible.
Sin embargo, me pregunto qué puede ofrecer, realmente, el gobierno cubano a su gente, a 65 años de haber tomado el poder.
Digamos que Cuba se vanaglorió de su por ciento de electrificación, y seis décadas y media después, los cubanos, salvo los de La Habana, viven sumidos en prolongados apagones.
Un país que ha recibido miles de millones del fondo soberano para la cooperación internacional de Arabia Saudí, dedicados íntegramente a los sistemas de suministros de agua y reparaciones de salideros, y al cabo de 65 años más de un millón de habitantes no reciben el preciado líquido, según cifras de ellos, porque me atrevería a decir que más de cuatro millones no tienen agua diariamente, y si la tienen no es potable.
Hablamos de un gobierno que ha priorizado las exportaciones de alimentos por delante del desarrollo de sistemas de autosuficiencia alimentaria para garantizar la alimentación del pueblo, y que como modelo de desarrollo privado acogió el turismo, conjuntamente con conglomerados extranjeros, para beneficio propio con prioridades de inversión.
Los gobernantes cubanos apostaron a importarlo todo para venderlo en tiendas privadas del gobierno y sacarle a la gente las remesas que envían los «indeseados» de sus familiares en el exterior.
Nos referimos a un país cuyos hospitales se están cayendo y no produce ni puede importar medicinas. Un lugar sin transporte, y cuando digo «sin» es que no hay ni para mover un féretro de una funeraria a un cementerio. Y Cuba llegó a tener uno de los sistemas de transportes envidiados por América Latina.
Incluso, la educación, que fue uno de los estandartes del sistema, carece de lo principal: profesores debidamente preparados y material escolar.
Cuando un gobierno llega a estos límites, por sólo mencionar algunos, sin nada que ofrecer a sus connacionales, el futuro se vuelve negro, la vida de los mayores se apaga, y los jóvenes que pueden se van en busca de un porvenir.
Todo esto da paso a la chabacanería, a la chusmería, a la pérdida de la identidad cubana, reconocida en el mundo entero, a la drogadicción, a los crímenes de cualquier tipo, incluyendo los femenicidios, a la delincuencia desbordada, los robos a la orden del día…
Esta es, en resumen la fotografía de nuestro socialismo irreversible, decidido así por la mafia que está en el poder desde 1959.
Cuando esto sucede, la población comienza a morir, la juventud a emigrar. Según cifras recientes, en los últimos tres años, dos millones de cubanos se han ido y no se sabe cuántos miles han muerto.
El daño antropológico, como si de una guerra se tratara, está hecho.
Si el socialismo irrevocable sigue su curso, la nación cubana será exterminada como los españoles exterminaron a los indios que se encontraron en la isla tras su descubrimiento, y la cubanía solo perdurará en otras tierras, allá a donde han ido a asentarse familias y comunidades enteras huyendo de la muerte.
Puedo agregar otros muchos argumentos, pero la conclusión es una sola: ¡Tienen que irse!