Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Frente a mi casa corren aguas negras desde hace muchos días. No es agua potable, de esa que se escapa de las centenarias tuberías rotas de La Habana, no. Son albañales, apestosas, de esas que enseguida dejan un rastro blanco y una especie de mazamorra y que amenazan la salud de la población.
Hace días sueño con esas aguas. En el sueño, unas veces me resbalo y caigo a la calle, y en otras, con una espléndida vara de pescar marca Shimano, intento sacar un pez que he enganchado y se me ha quedado trabado en un hueco, como si la calle fuera una prolongación del océano, y en lugar de una acera estuviera sentado sobre el costado de un costoso yate.
En el sueño, insisto, peleo por sacar el pez. Incluso, cuando el agua se mueve, imagino unos tiburones como aquellos galanos que acabaron con el gran pez que enganchó Santiago en la inmortal novela de Hemingway. La lucha con el pez me hace sudar y a veces hasta pego algún grito, que obliga a mi esposa despertarme entre un mar de sudores acres, fruto del calor intenso.
Tengo una vara Shimano. Me la regaló un amigo chileno. O no, un cubano que vive en Chile, que, conocedor de mi pasión por la pesca, decidió regalármela hace cinco años, justo cuando cumplí los 40, pero desde entonces permanece, desarmada, en una de las gavetas de mi closet, junto a anzuelos, nylons de cualquier calibre, y otros artefactos de pesca.
Hace unos meses la saqué, la armé, probé los carretes para tenerlos listos para tiempos mejores, y desde entonces asocié los sueños con la vara de pescar. Y también con la calle sucia y el agua maloliente que corre las 24 horas por ella y que nadie se explica de dónde sale, porque acá ni agua llega ya.
Y anoche volví a soñar. Soñé que tomé mi vara y fui a buscar el gran pez que se había enganchado otras veces. Tomé mi vara, la armé, busqué los mejores señuelos de carnada, puse el más brillante, el más llamativo, y partí por mi calle, en busca del sitio donde siempre pesco. Unos metros más adelante, un salvavidas me dijo que no podía pasar, que estaba prohibida la pesca. Me pareció extraño el salvavidas, porque vestía de verde olivo y llevaba medallas en la solapa. Le expliqué que era mi calle, que no podía hacerme eso.
Me dijo que eran órdenes, que habían puesto un letrero en el que decían que no se podía pescar. Pensé que era una broma, que era imposible que aquello me estuviera pasando, pero luego me tranquilicé, porque en Cuba no hay imposible, todo tiene una explicación, aunque no sea lógica. Entonces agarré mi vara, la desarmé y regresé a casa a continuar mi sueño, el otro sueño, el de verdad.
Desperté tarde y cuando abrí los ojos, fui directo, como siempre, a ver lo que había publicado El Vigía de Cuba y luego a ver lo que puso mi influencer favorito, Edmundo Dantés Junior, y lo primero que vi fue una foto parecida al lugar donde yo pesco en sueños, y con un cartel en el que prohíben pescar.
No me quedaron dudas: mis sueños y las realidades de cualquier lugar de Cuba tienen conexión. ¿No creen?