Por Manuel Viera ()
La Habana.- Salí a caminar por La Habana y es un caos. Casi totalmente apagada, sin semáforos ni policías en las esquinas, el tráfico es salvaje. La accidentalidad necesariamente en ascenso. Todo apagado, todo cerrado, es una ciudad muerta, sucia y destruida. Es la capital de un país, de mi país. La tierra que amo. ¡Y duele… duele mucho!
En el futuro no tendré una sola buena razón para recordar al actual gobierno. A veces me pregunto si hay gobierno. El gobierno invisible. El gobierno de la anarquía. El gobierno que terminó de destruir aceleradamente un país. No puedo mencionar una sola cosa buena.
Mientras hablan de mejorar el proceso educativo este año, ya mi hija ha quedado sin profesores. Primer grado es esencial para un niño. Tendría que estar aprendiendo a leer y a escribir, no jugando con plastilina todo el día.
¿Con qué piensan mejorar la calidad del proceso educativo si no hacen nada por conseguirlo? Si el salario no estimula, nadie querrá trabajar. A los 15 días ya todos salieron de certificado, están enfermos, tienen problemas personales o sencillamentente han pedido la baja. Las promesas son puras falacias. El mal es un cáncer enquistado en cada aspecto de nuestras vidas, es ya un mal socializado.
Ni siquiera en los 90 se redujo el tamaño del pan de la mezquindad, ni siquiera en los 90 se dejó de dar leche a los niños, ni siquiera en los 90 vi gente por montones comiendo en los latones de basura. Vivimos como animales y somos tratados como tal.
Ustedes, los que dirigen, no viven así. Los que mal dirigen, los que insisten en la política del hambre no viven así. No hay una sola posibilidad de que un cubano de a pie pueda criar una barriga tan enorme como las que ustedes lucen. Ni lucir zapatos de mil dólares, ni relojes de lujo, ni caras rosadas y felices.
Mientras sus hijos viven la vida, viajan, traen negocios y camionetas «incompatibles», la mía ni siquiera puede aprender, o ir a un parque de diversiones. Todavía el pueblo espera que le expliquen cuánto se robó Gil y cuántos sabían de ello. El que es sin dudas el peor escándalo de corrupción de la historia del socialismo cubano ha quedado mudo. Cada promesa enoja más que la incumplida promesa anterior. Cada arenga a resistir, a seguir soportando, a seguir perdiendo la vida genera más asco y rencor.
No hay una sola excusa viable para haber convertido un país como Cuba en esto que ya no es país. La solución no puede ser irnos. La solución no puede ser dejarlo todo para comenzar de cero. ¿Cuánto más debe soportar el pueblo cubano? ¿Cuánto más debe sufrir el pueblo de Cuba? ¿Cuánto más de sus vidas resta por entregar? ¿Cuánto, para que reconozcan que su política es un absurdo que los hace lucir incapaces, ineptos, risibles?
¿Cuánto para reconocer que el socialismo en Cuba es un fracaso y se permita a Cuba y a los cubanos crecer, prosperar, ser felices? ¿Hasta cuándo, «gobierno»? ¿Hasta cuándo, pueblo?
Harto no definiría mi estado de ánimo, decepcionado seria poco. Estoy hasta los cojones de ver a mi mujer llorar, a mi hija ir a la escuela por gusto. Estoy hasta los cojones de curarme con hierbas o preferir no ir a un doctor, estoy hasta los cojones de que me alimenten como a un pollo en una jaula con comida para pollos, estoy hasta los cojones de que pensar esté prohibido y decir la verdad te haga prisionero.
Estoy hasta los cojones de que me digan que estamos así por culpa de un bloqueo que no impide los lujos de algunos y que es tan bloqueo como poco es mi enojo.
O buscamos una salida a esto o les pido que busquen mi salida, estamos a tiempo. No quiero que mi hija me vea como al canario amarillo. O salgo de Cuba inmediatamente o pueden ir haciéndome espacio y marcando mi jarro y mi cuchara. Soy un hombre, no un objeto inanimado, inerte y silencioso.