Por Dagoberto Valdés Hernández I ()
Pinar del Río.- Este es un tema controvertido y aparentemente superficial. Total, dicen algunos, el mundo no va a cambiar por el mal o buen uso de los teléfonos móviles. Otros dirán: con tantos problemas que tenemos, venir a fijarse en esta banalidad. Considero que, por pequeños detalles e incluso, por banalidades, comienzan los graves problemas personales, familiares y sociales. Esta se va haciendo ya una enfermedad crónica. Todo comienza en la casa, con la familia, con la educación de los más pequeños. Y como en otros asuntos, todo es problema de saber educar, discernir, dosificar.
En efecto, los procesos educativos que comienzan en el seno familiar y no deben terminar nunca, deben actualizarse y responder con educación a los desafíos de cada época. Estamos en la era digital, en la cuarta revolución industrial, que nos ha puesto en las manos una tecnología capaz de contribuir a los más grandes cambios en la humanidad: el internet, la telefonía móvil, la informatización de la sociedad, las redes sociales…
Lo primero es decir que no se trata de negar los adelantos científicos y tecnológicos, ni luchar contra el progreso. Por supuesto que no. Pero… la ciencia, la técnica y el progreso no pueden marchar separados de la ética, de lo cívico, de la formación de la conciencia moral. Porque los adelantos en estos campos, como en todos, siempre son ambiguos en sí mismos. Todo depende del uso que le dé la persona humana que es, y debe ser, la verdadera protagonista de lo que es bueno o malo. Y la única capaz de discernir entre estas dos opciones.
El discernimiento ético debe regir sobre la ciencia, sobre la tecnología, sobre lo que pudiera considerarse progreso y que, algunas veces, va contra la vida y contra la persona humana, sus libertades, responsabilidades y derechos. Y para hacer un correcto discernimiento entre el bien y el mal, o incluso, entre dos males, o dos bienes, es absolutamente necesario tener la conciencia moral bien formada.
*¿Qué es una conciencia moral bien formada?*
La conciencia humana tiene dos niveles: la conciencia psicológica que es aquel nivel que es solo testigo de lo que se vive. Por ejemplo, cuando alguien se desmaya y está inconsciente no sabe dónde está, qué pasó, qué hizo. El otro nivel, superior al anterior, es la conciencia moral que es la que permite a la persona juzgar sus propios actos, los de los demás, y los acontecimientos y circunstancias que lo rodean.
Para ejercer la conciencia psicológica solo hay que estar vivo y consciente. Para ejercer la conciencia moral, como en todo juicio, son necesarios: el juez, el defensor, los hechos probados y las leyes con las que se decidirá el veredicto. En el caso de la conciencia moral, todo lo anterior debe estar formado y bien formado en el interior de cada persona y a su alrededor.
Es la persona misma la que se constituye en juez y defensor de sí mismo. Cosa muy difícil. Se necesita mucha formación ética y cívica. Y es estrictamente necesario que esa misma persona-juez y defensor de sus propios actos, tenga un código ético personal y libremente asumido, es decir, que haya hecho suyas unas normas morales, es decir, unos principios que sean sus faros en la oscuridad amoral; una escala de valores que sea como el itinerario, el termómetro y las motivaciones para actuar bien; y que se proponga vivir en la virtud personal, es decir, convertir en fuerza interior y en actitudes concretas los principios y valores que dice tener.
Para ello, es necesario desde muy pequeño, pero especialmente en la adolescencia y en la juventud, educar la conciencia moral. Esto quiere decir que todos somos responsables de alcanzar una conciencia recta, verdadera y cierta.
La conciencia recta o rectitud de vida es no engañarse a uno mismo, no ser retorcido por dentro, no invertir o manipular los valores, no llamar bien al mal y mal al bien. Sin lograr la rectitud de conciencia nunca podremos hacer un juicio justo sobre nuestros propios actos, ni sobre los demás, ni sobre la sociedad. Todo estará retorcido, invertido, deformado.
La conciencia verdadera o verdad de conciencia es buscar la verdad sobre nosotros, la verdad sobre nuestros actos, sobre los actos de los demás. Lo que verdaderamente ocurrió, lo que objetivamente hicimos o nos hicieron, o lo que de verdad ocurre en nuestra sociedad. Esa verdad objetiva no se alcanza quedándonos encerrados en nuestra propia percepción de los hechos, en nuestra subjetividad que puede estar sesgada, parcializada, disfrazada. Es necesario salir fuera de nosotros, buscar consejo, otras opiniones, otros ángulos o puntos de vista. La conciencia verdadera se logrará cuando contrastemos nuestra propia visión con la de los demás, sin dejarnos manipular, pero sin encerrarnos tercamente en nuestra subjetividad.
La conciencia cierta o certeza de conciencia es aquella que, una vez que ha discernido con rectitud y se ha apegado a la verdad objetiva, no duda en hablar, actuar y relacionarse. La conciencia cierta es decidida, no dubitativa. Decide, elige y actúa con diligencia y seguridad.
*La formación de la conciencia y el celular*
Dicho lo anterior, es necesario aplicarlo al uso y abuso del teléfono móvil, especialmente, en niños, adolescentes y jóvenes. Es tarea ardua, constante, persistente y decidida, de lo contrario nos convertiremos en máquinas, en robots, en zombis, en antisociales, en alienados de lo que nos rodea.
Todos los días lo estamos viendo. En todos los sitios donde corre la vida o “la conexión” con un aparato, que es en lo que se ha convertido la vida de muchos. Es un vicio, una adicción que nos domina. Que nos esclaviza. No somos capaces de soltarlo, de dejarlo en casa, de guardarlo mientras conversamos. Es una falta de respeto absoluta y denigrante, que habla muy mal de quienes padecen de este vicio, estar en un grupo de amigos, en una reunión, en una celebración religiosa, en un paseo, o en familia, y no ser capaces de desprendernos de mirar al celular, de dejar de abrirlo continuamente, de no responder allí mismo, estorbando la conversación o la ceremonia. es increíble el dominio casi absoluto al que nos hemos sometido bajo un aparato.
Para superar este vicio es necesario despertar nuestra conciencia moral, no engañarnos a nosotros mismos, con una conciencia torcida, considerando que es bueno ser adictos al celular. Ningún vicio es bueno, ninguna adicción humaniza, al contrario, fomenta el egoísmo, aísla de los demás, desprecia las relaciones interpersonales y sociales. Es preciso, además discernir cómo, cuándo y en qué circunstancias, debemos usar el celular, es decir, juzgar con verdad de conciencia cuándo lo dejamos y cuándo lo atendemos. Cuándo se lo dejamos a nuestros hijos y cuándo debemos quitárselo. Y es también necesario actuar con seguridad y diligencia, no irlo dejando, como en los vicios de beber, fumar, drogas, etc. Hay que discernir, decidir y actuar con presteza y tajantemente. De lo contrario, dejándolo pasar, nunca lograremos liberarnos de este vicio y nos dominará la adicción haciéndonos esclavos de un aparato cuando, a veces, somos tan rebeldes y tajantes con las personas que nos rodean.
Los trastornos de la personalidad en niños, jóvenes y adultos, a consecuencia del mal uso y el vicio del celular, son un mal generalizado de estos tiempos y un desafío a la formación moral y cívica de todos. Los trastornos sociales como el aislamiento, la indiferencia, la falta de relaciones humanas, el deterioro de la amistad y de la fraternidad son también, en parte, consecuencia de ese silencioso y pernicioso vicio del celular.
Y cuidado, porque el que se deja dominar por un aparato, difícilmente podrá evitar ser dominado por otras personas, estructuras o sistemas. La personalidad se domestica, se adocena, se doblega, se aliena, se convierte en rebaño, digital, político y social.
No es un problema banal ni sencillo. Actuemos a tiempo.