Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Hace poco más de un año, un equipo de arqueólogos descubrió en el sur de Israel ocho huevos de avestruz, y mientras los intentaban recuperar con toda la paciencia y la pericia del mundo, comenzaron los estudios con los mismos.
Los referidos huevos, que equivalen en peso a entre 35 y 40 de sus homólogos de gallina -¿se imaginan que clase tortilla dan?- tienen unos cuatro mil años de antigüedad, pero los científicos quieren saber más, y se proponen, incluso, conocer de qué se alimentaban aquellas aves por entonces.
Los fragmentos de huevos, exhumados en el desierto de Néguev, cerca de la frontera con Egipto, se hallan en un estado de conservación «excepcional», precisó la Autoridad de Antiguedades de Israel, y permitirán, incluso, saber de las costumbres de los nómadas que habitaron aquellas tierras hace cuatro milenios.
Ahora, hagamos un ejercicio de imaginación y vámonos a cuatro o cinco mil años adelante, por allá por el año 6.000 después de Cristo, e imaginemos a un grupo de arqueólogos que investiga cómo vivían los primitivos habitantes de Cuba. No los que estaban cuando llegó Colón, sino quienes sobrevivieron a la hambruna más grande recordada en la isla, de la cual hablan algunos autores por arriba, aunque en las bibliotecas, los periódicos de entonces solo se refieren a aquellos tiempos del 2024 como de mucha bonanza y un optimismo desmedido de la población y sus dirigentes.
Supongamos que, en una excavación, los arqueólogos de entonces, que contarán con sofisticados equipos para buscar objetos antiguos y restos de personas y hasta alimentos, descubren el viejo maletero de un almendrón, y dentro del mismo una bolsa de nylon que ha logrado sobrevivir en el tiempo, tal vez por la cercanía con el mar y lo bueno que resulta en ocasiones el salitre para conservar cuerpos y sustancias.
Dentro de la bolsa se encuentran una gaceñiga, y en el referido dulce, hecho tal vez con harina de yuca o calabaza, descubren una cucaracha a flor de piel.
Los arqueólogos publicarán de inmediato en el portal de su organización -porque ya no habrá periódicos, por supuesto- que los habitantes de Cuba en 2024 -con exactitud porque las pruebas del carbono 14 son exactas- preferían las cucarachas en los dulces en lugar de las pasas, «en un comportamiento alimenticio un poco raro y que nada tiene que ver con los de otras regiones, según excavaciones en infinidad de lugares».
Otro grupo de arqueólogos, descubrió unos meses después unas pequeñas huellas de ratón en un pan desenterrado en una excavación en donde hoy se encuentra Centro Habana. Según los estudiosos de entonces -año 6.000, recuerden- en el sitio hubo un derrumbe, que sepultó una casa, sobre la cual mucho tiempo después se erigieron otras obras.
Los arqueólogos se quedaron locos. Se miraron unos a otros, sin respuesta, y ellos, tan habituados a las hipótesis, no atinaron con una que pareciera coherente, y prefirieron esperar a que las pruebas de laboratorio revelarán los motivos por los cuales estaban aquellas huellas de ratas en un pan antes de hornearlo.
Ellos no se lo pudieron explicar. Yo, ahora, tampoco. Y lo más lindo del caso es que son cosas que ocurren todos los días en un país abandonado a su suerte por un gobierno traidor, ladino, corrupto e incapaz. Y yo no creo que los cubanos nos merezcamos ese pan, y mucho menos ese gobierno.
Hagamos algo, al menos para que los arqueólogos del futuro no vayan a pensar mal de nosotros.