Por Reynaldo Medina Hernández
La Habana.- Familiares, amigos, gente que me quiere, me preguntan con frecuencia por qué publico. No sé trata de publicar, muchas personas publican, la cuestión no es por qué publico, sino por qué publico lo que publico. ¡Vaya juego de palabras!
He dicho y reitero, que es una necesidad de estar bien conmigo mismo, de sacarme de las entrañas el dolor, la impotencia, la pérdida, y quizá, que algún día mis hijos y nietos sientan orgullo de mí, porque no me callé cuando tantos lo hicieron. No busco admiración ni aplausos. No espero comentarios, ni siquiera likes; sé lo que implica eso, entiendo a quienes no me apoyan y no los reprocho.
Tampoco tengo segundas intenciones. No aspiro a nada en este país que ya no es, ni mucho menos en uno futuro que nadie sabe a ciencia cierta si será. Ese país que casi todos sueñan, tantos aseguran que tendremos, pero que nadie sabe cómo y cuándo veremos… ni siquiera si en realidad lo veremos alguna vez. A mi edad y en un lugar como este solo se tiene pasado; no hay futuro, ni siquiera presente, porque, parafraseando a Carlos Varela y a Sabina: demasiadas cosas dependen, de la buena o la mala puntería que tiene cada día Guillermo Tell.
Guillermo Tell, por cierto, ya no está, y el ballestero designado tiene la tarea difícil. Todo anda mal. La ballesta está rota, la madera, la cuerda y las flechas son de importación. Para eso sí hay dólares, pero no para manzanas. De la épica leyenda solo queda Gualterio, que ya no es un niño y si tuviera una manzana se la comería para aliviar el hambre, nunca se la colocaría en la cabeza. Un joven Gualterio cuyo único proyecto de vida es irse a un lugar donde hayan manzanas y no exista un Guillermo Tell que le apunte con una ballesta.
Pero este Gualterio envejecido no tiene edad para ir a ningún lado y ya ni siquiera aspira a comer manzanas, ni a nada, excepto a no ver nunca más una ballesta. Entonces, solo le queda escribir y publicar.
