Por Charly Morales ()
Asunción.- Cuando México dejó al campo, dolorosa y espectacularmente, al equipo cubano que disputó la Serie Mundial infantil, recordé por qué llevaba años sin ver pelota: no manejo bien cuando pierde mi equipo preferido. Saca un lado oscuro de mi, penoso, perretú…
Encima era una novena de Santa Clara, mi tierra, la sede de aquella Naranja Mecánica que alguna vez fue uno de los Cuatro Grandes del béisbol en Cuba, el único equipo que realmente me ha importado lo suficiente para que me duelan sus derrotas.
El problema con los fanatismos, deportivos y de toda índole, es que no entienden de lógicas. Por ejemplo yo, en pelota, siempre quiero que mi equipo gane, aunque el rival sea mejor, aunque el mío no estuviera a la altura, aunque sea de chiripa, pero que gane.
Y eso no puede ser sano. Debería, por ejemplo, disfrutar más la ilusión que le ponen estos niños al juego, su talento por pulir, la posibilidad de estar viendo a los futuros Otanhi, Yulieski, Altuve, Trout… Ese Antonio Guerrero que le jodió a Cuba el triunfo, a un out de la victoria, es un prospecto en Matamoros y donde sea.
Hay chispa y carácter entre estos Bombarderos de Santa Clara, pero tampoco les podíamos pedir más de lo que hicieron. Se notan lagunas técnicas y deudas físicas. Nos dieron dos jonrones en un inning, y no dimos uno en todo el certamen. Falló el relevo, la serenidad para sacar outs cruciales, y el ánimo para asimilar el golpe y tratar de remontar. Pero bueno, así es la pelota.
¿Que les faltó concentración? Son niños, no profesionales. Si a los zangaletones la presión les pasa la cuenta, imagínense a estos muchachitos que salían por primera vez de Cuba, que chocaban con una realidad desconocida, que se vieron de pronto usando equipamiento deportivo que su familia no puede comprarles, siendo televisados, conociendo estadios y jugadores de Grandes Ligas, enfrentando a niños que no tienen que lidiar con lo que lidian los cubanos, y que tienen sus mismas ganas de ganar… Por favor.
Trataré de quedarme, entonces, con la alegría del triunfo sobre Brno, con los buenos momentos que pasaron los niños, con los reencuentros familiares, con las lecciones, recuerdos y amigos que les dejara esta experiencia, y con la esperanza de que nunca pierdan la ilusión y el disfrute del béisbol.
Por mi parte, ya trataré yo de coger menos lucha cuando me enganche de nuevo con la pelota y las cosas no salgan como quiero. Vaya, que sea un goce, no un suplicio.