LOS JUEGOS OLÍMPICOS, ALEGRÍAS Y TRISTEZAS CUBANAS

DEPORTIVASLOS JUEGOS OLÍMPICOS, ALEGRÍAS Y TRISTEZAS CUBANAS
Por Jesús Hernández Villapol (Tomado de Crónicas de Júpiter)
West Palm Beach.- La ciudad de París será la sede entre el 26 de julio y el 11 de agosto del presente año de los Juegos Olímpicos, la fiesta del deporte mundial, que para los cubanos siempre ha tenido una expectativa especial.
Mis primeros recuerdos de una cita estival se remontan a la década de 1960, cuando escuché hablar de Enrique Figuerola, ese admirable atleta que conquistó la medalla de plata en los 100 metros planos en Tokio 64, escoltando al estadounidense Bob Hayes. Fue el primer medallista de la incipiente revolución, en eventos de tal magnitud.
Un tiempo después, en el cine de mi barrio, se exhibió un documental sobre esos juegos, ocasión en que comencé a tener cierta idea de lo que era una competencia multideportiva, pues en la televisión eran escasas las imágenes que podíamos disfrutar en esa época.
Figuerola se convirtió en héroe nacional y con gran sagacidad, el régimen lo utilizó como símbolo del triunfo del nuevo sistema socialista en un escenario deportivo mundial, después fueron otros los que ocuparon su lugar.
La maquinaria de utilizar el deporte en función de la política ya había comenzado con el béisbol y su conocida frase: “triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava”, razón por la que se erradicó el profesionalismo y la liga cubana, con sus legendarios equipos Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao.
En Cuba no recuerdo haber visto imágenes en vivo de las ediciones de las olimpiadas de México 68 y Munich 72, solo a través de la radio se pudieron seguir algunas competencias, en especial de los boxeadores Teófilo Stevenson, Emilio Correa y Orlandito Martínez, los primeros campeones olímpicos de la era castrista.
Montreal 76 fue para beneplácito de los amantes del deporte en Cuba un gran salto, por la cantidad de competencias que disfrutamos. Quedan como emotivos recuerdos las carreras de Alberto Juantorena y sus inéditos triunfos en 400 y 800 metros planos y la actuación de la excepcional gimnasta rumana Nadia Comaneci.
Desde ese entonces, la época de Olimpiadas se convirtió en una fiesta en la isla, en que las extensas transmisiones televisivas, a todas horas del día (quizás, como pocos países) ocuparon nuestro tiempo, para dejar a un lado todo tipo de vicisitudes.
Pero el mensaje ha estado siempre presente y no de forma solapada, marcadamente dirigido a tratar de mostrar al deporte como símbolo de la superioridad del socialismo sobre el capitalismo, lo que con el paso de los años se demostró, era una burda mentira.
Los juegos de Moscú 1980 fueron marcados por la ausencia de varios países, encabezados por Estados Unidos, en protesta por la invasión soviética a Afganistán, lo que resultó un duro golpe al movimiento Olímpico. Cuba estuvo presente, como apoyo a sus aliados y pudimos disfrutar de una amplia programación televisiva de las competiciones.
En las dos siguientes contiendas bajo los cinco aros, la política volvió a dar un zarpazo al deporte y estuvimos ausentes de Los Ángeles 1984, cuando el gobierno de La Habana tomó la decisión de solidarizarse con los soviéticos, que optaron responder a Estados Unidos por su boicot a Moscú 80.
Fueron los juegos de Carl Lewis, el “Hijo del Viento,” quien se llevó cuatro preseas doradas en el atletismo, para igualar al fabuloso Jesse Owens.
En la isla, las competencias de Los Ángeles apenas se mencionaron, algo similar a lo acaecido con las de Seúl 1988. Unos meses antes de la inauguración, anunciaron su apoyo al bloque que respaldó a la dictadura de Corea del Norte, que se sentía con derechos a organizar la justa de forma compartida con los sudcoreanos.
En ese contexto internacional, marcado por la “Guerra Fría”, Fidel Castro asumió un papel protagónico que desconcertó a los seguidores del deporte, mientras que la Unión Soviética y la República Democrática Alemana, sí estuvieron presentes. La URSS se disolvió en 1991 y la RDA, en 1990.
Esa constante propensión de utilizar el deporte en función de los intereses políticos privó a destacados atletas de competir en dos Olimpiadas y a los cubanos de poder vivir las transmisiones de esos irrepetibles sucesos atléticos. Deportistas en la cúspide de sus carreras perdieron grandes oportunidades de alcanzar la gloria.
Barcelona 92 constituyó para el deporte cubano un reencuentro con el olimpismo y contra todo pronóstico, a las puertas de una de las crisis económicas más difíciles de la historia reciente, el “Período Especial”, tras el derrumbe del “campo socialista”; la isla ocupó un sorpresivo quinto lugar por naciones, con 14 medallas de oro.
Al innegable talento del deportista cubano, se unió la celebración un año antes en La Habana de unos Juegos Panamericanos, al que se dedicaron grandes recursos en la preparación de atletas e instalaciones, lujo excesivo que no debió permitirse un país casi a punto de colapsar.
Una vez más, el régimen se propuso ofrecer al mundo, a través del deporte, una imagen distorsionada de la realidad que sufría el pueblo.
En las Olimpiadas que siguieron a continuación, hasta nuestros días, el descenso en la obtención de títulos fue evidente, aunque pudo haber sido peor, si tenemos en cuenta el desastre que ha sido el país en las últimas décadas, con instalaciones deportivas en ruinas, deficiente alimentación y numerosas deserciones de atletas, entre otras calamidades.
Muestra de eso es que han emigrado alrededor de millón y medio de ciudadanos cubanos desde el 2020, de acuerdo con diferentes fuentes.
En Atlanta 96, lograron 9 títulos, para alcanzar el octavo lugar; en Sídney 2000 (11 – 9); Atenas 2004 (9-11); Beijing 2008 (2 -28); Londres 2012 (5 -16); Rio de Janeiro 2016 (5 -18) y Tokio 2020 (7-14).
A París 2024, la delegación caribeña llevará 62 atletas en 16 deportes, con los que aspira a finalizar entre los 20 primeros y pronostican 5 medallas de oro.
También, aproximadamente una veintena de deportistas cubanos competirán por otros países y en el equipo de refugiados, los que sentirán desde diversas partes del mundo el respeto y admiración de sus compatriotas.
Esperemos que, en la isla, la afición, en medio de las penurias, pueda al menos, disfrutar de las transmisiones de los juegos, aunque les sea difícil ignorar la constante propaganda política.

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