Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- Estamos ante uno de los libros más anticubanos del año porque en sus 29 relatos no viven héroes ni villanos, solo gentes que viven al margen de la épica, con su circunstancias e intentando burlar el hastío que toda rutina produce en la vida de los seres humanos, pero evitando los excesos caribes que confunden la simpatía con la extroversión apabullante y ventilan intimidades épicas en la bodega de la esquina.
Nada de eso encontrará el lector en este libro de relatos, con guiños al Amor en tiempos del cólera y El pan dormido; contando las vidas de gente común, con metas pospuestas y afincados a la idea que la felicidad y los pequeños triunfos, casi siempre están a la vuelta de la esquina.
El autor apenas se detendrá en los escenarios que recorren cotidianamente sus personajes, para centrarse en sus universos físicos y psicológicos: “Walter era de mediana estatura, presumido y más o menos seguidor de la moda en el vestir. (…) solía mostrarse algo introvertido en el trato social (…)
La excepción que confirma la regla es un guiño del arquitecto Walter; recién vuelto de París, a la habanerísima avenida de Carlos III, que el gobierno rebautizó como Salvador Allende, pero nunca consiguió que sus vecinos y el pueblo asimilaran el nuevo nombre, ni siquiera con la remodelación del antiguo mercado, que ahora vende alimentos y pacotilla en la moneda del enemigo.
Muchos libros escritos durante el encierro obligatorio por la pandemia de coronavirus tienen como denominador común una psique individual y colectiva pegada a las emociones, algo de instinto, y decepciones.
Aunque cada autor cuenta trance y trances en función de su encerradera sanitaria, ya sea individual o colectiva; circunstancia que transita por la primera parte del volumen, que luego sigue ensimismado en el tormento interior de los protagonistas, incluidos quienes sufren los efectos secundarios de la astrología y meteorología que, en el dictum de Barreto -como el amor- son coprotagonistas activos.
Los relatos breves son mejores que los largos; incluido ese ¡Burunga!, que desentona con el resto del libro, aunque recuerda la anécdota de Guillermo Cabrera Infante con una tribu africana, tras rodar allí con la BBC y promover un cine debate, que protagonizó una gallina, para sorpresa del equipo, que no había advertido la intromisión del ave en uno de los planos.
Casi siempre, escribir es un oficio solitario e ingrato, pero en este caso, el autor ha tenido dos virtudes: evitar el efecto Proust-Lezama de los novísimos metatranquianos y alumbrar zonas de la sociedad cubana escasamente retratadas en la narrativa contemporánea de sensualidad, brujería y desmesura.
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Tan seguro como el tiempo
Emilio Barreto Ramírez
76 páginas
Diversidad Literaria, S. L.
España, 2024