HE ESTADO PENSANDO EN LAS FAMILIAS DE NUESTROS PRESOS POLÍTICOS (II)

CUBAHE ESTADO PENSANDO EN LAS FAMILIAS DE NUESTROS PRESOS POLÍTICOS (II)

Por Padre Alberto Reyes Pías (Especial para El Vigía de Cuba)

Camagüey.- ¿Qué más diría yo a los familiares de los presos políticos? Les diría que no se avergüencen de ellos, y que tampoco los avergüencen.

Hay una historia de cuando las primeras persecuciones a los cristianos. No sé si es una historia real, o si alguien la escribió para animar a los suyos, pero como quiera que sea, creo que es inspiradora.

Es la historia de un militar romano convertido al cristianismo, junto con su esposa y su hijo adolescente, un cristianismo vivido en secreto debido a la persecución del emperador Diocleciano. Fueron descubiertos, pusieron al padre y al hijo frente a frente, y se dijo al padre que, si no renunciaba a su fe cristiana, su hijo sería decapitado delante de él. Cuenta la historia que, al oír esto, el hijo miró a su padre y le dijo: “¡Papá, no me avergüences!”. Murieron, primero el hijo, luego la esposa, y por último el padre.

Ser un preso político es una lucha entre la vida y la muerte. Cada día mueren: al sol, a la libertad de sus pasos, a los abrazos de aquellos que los quieren, a su derecho a construir la propia vida. Y cada día tienen la oportunidad de renacer: a la esperanza, a lo mejor de sí mismos, al sano orgullo de haber sido condenados por haber hecho lo correcto.

Sin embargo, renacer no es sencillo, la cárcel es dura, y más en nuestra tierra. La cárcel busca convertirte en un ser vulnerable, mientras pasan lentos los días y, aparentemente, nada cambia, y no llega la libertad por la que luchaste, y la mente taladra las horas con sus preguntas odiosas: “¿Valió la pena?”, “¿hice realmente lo correcto?”

Qué importante es para aquellos que están presos que los suyos, sin negar el dolor, sean capaces de decirles, una y otra vez: “¡Gracias, gracias por lo que hiciste, gracias por aquel día en que pediste a gritos la libertad para tu pueblo!” Que importante es para aquellos que están presos escuchar, de algún modo: “¡Me enorgullezco de ti!”.

Qué triste y demoledor sería lo contrario. Que destructivo sería dejar que el dolor secuestrara la mirada e hiciera decir: “No debiste haberlo hecho”.

Que doloroso sería para aquellos que están en prisión ser tratados desde la lástima que te mira como a un idealista tonto, al que, como a niño irresponsable, sólo puede pedírsele “que se porte bien”, que “no se meta en más problemas” hasta que pueda salir de la cárcel y aprenda a estar callado o logre salir del país. Decidirse a defender la libertad de una nación nunca ha sido ni será fácil, porque implica, de entrada, desafiar al poder. Defender la libertad siempre tendrá precios, como precios tiene callarse, someterse y aceptar la esclavitud pasivamente.

Sí, necesitamos padres, madres, hijos, esposos, esposas, que le digan a sus familiares presos: “No puedes elegir el destino de tus pasos, pero puedes levantar la cabeza. Sigue mirando de frente y no me avergüences”.

Y necesitamos que aquellos que están en prisión sean capaces de decir a los suyos: “Siente el dolor, pero no me pidas que me rinda, no me pidas que abandone. Llora si quieres, pero no me avergüences”.

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