Por Ulises Toirac ()
La Habana.- En 2015 y aprovechando una estancia de trabajo en EEUU, nos invitaron a Washington para ver las festividades por el 4 de Julio en la capital. Para qué. Más allá del mercadeo alrededor de la fecha, el norteamericano es patriota por excelencia. Entendiéndose por tal, la persona que ama los orígenes e historia de su patria. Así que el 4 de Julio es una fecha que se celebra en esa ciudad por todo lo alto.
Una de las cosas que disfruté a tope fue un mega concierto en los jardines del Capitolio y allí vi a menos de 30 metros a KC (el de Sunshine Band), a Barry Manilow y a un carajal de artistas adorados, conocidos y absolutamente desconocidos. Sentados en el fango la menor parte del tiempo (había llovido bastante hasta poco rato antes) y la mayor parte bailando, fue una «velada encantadora» a decir de la señora Eneida de Santos Suárez y en mi decir una noche absolutamente entimbalá.
Aprendí además esa misma noche, cómo el metro se traga, con paciencia y disciplina varios miles (muchos, pienso que pasados el millón) de personas saliendo de una zona de celebración.
Pero Washington, además, (y es un detalle que nunca investigué antes) es una ciudad diseñada desde sus cimientos como ciudad capital. O sea, sus avenidas, sus edificios tenían propósito desde la primera piedra como qué sé yo Ministerio de tal cosa o de mascual.
Y entre esas construcciones monumentales hay varios museos. Visitamos en aquellos días algunos impresionantes. Transporte, Vida animal, Historia, Antropología… La «infantería» de aquellos pocos días fue memorable, pero quería verlo todo, beberlo todo, respirarlo todo.
Y fue en el Museo Smithsonian donde me rajaron como una caña brava. Imagínense andar varios días en una cultura diferente, donde nadie te conoce, donde todo es materia de estudio porque no lo comprendes o no lo has visto nunca… Y de repente allí, en el mismo lobby del Smithsonian, siento «Bemba colorá»… ¿Eh?… ¿Qué bolá? ¿Algún móvil con ese tono? ¿Un cubano jodedor que me está poniendo a prueba?
Y recuerdo traspasar la puerta de entrada y ver toda una pared de lobby llena de colores y resaltando la imagen de Celia Cruz y la bandera cubana.
Mira chama… No te puedo explicar exactamente el sentimiento. Igual soy medio guanajón pa esas cosas. Pero sentí, de repente, que en aquel sitio había un pedazo de mi más íntima personalidad, de mi cuna, mi hogar, mi raíz. Allí… A recojonal de kilómetros le estaban tributando homenaje al talento inigualable de una hija de esta isla. Y por tanto a la cultura de Cuba. Eso es ser embajador de la cultura y de la Nación. Eso no lo logran nada más que los muy grandes de un país.
Nadie me preguntó «¿cubano?», pero me sentí tan extremadamente orgulloso en aquél pedazo de museo, que es algo que no podré olvidar mientras la carne no apeste sobre mis huesos.
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Un amigo ha tenido la infinita deferencia de hacerme un troncazo de regalo. Antes de que salga publicada oficialmente, esta moneda que forma parte de la iniciativa «American Women Quarter» y homenajea a Celia Cruz… La trae ya en su mano. Es la mía. Y me siento un poco como aquel día en Washington. Gracias infinitas