Por Padre Alberto Reyes
Camagüey.- Uno de los descubrimientos más liberadores de mi vida ocurrió cuando me descalificaron el tengo que. Mis días estaban plagados de muchos tengo que: tengo que estudiar, tengo que ir a ver a un enfermo, tengo que ser buen cristiano. Mi mente, que no había salido todavía de la adolescencia, se quedó atónita cuando mi interlocutor, sacerdote, me dijo: No tienes que hacer nada, no estás obligado a hacer nada, ni por ti ni por nadie. Eliges, decides si quieres hacer algo por ti y por otros. Tu libertad se expresa en lo que eliges, no en lo que te sientes obligado a hacer.
Fue iluminador, y a partir de ahí entendí muchas cosas.
Entendí que no estoy en el mundo para cubrir las expectativas de nadie, ni para dar gusto a nadie, sino para construir mi propia vida.
Entendí que la construcción de la propia vida podía hacerse en clave preferente de donación y entrega o en clave preferente de auto satisfacción, y que eso era mi opción.
Entendí que, en el plano religioso, podía acoger la propuesta de disponer mi vida en la construcción del Reino de Dios o en la construcción de mi propio reino, y que eso también era mi opción.
Entendí que, independientemente del camino que elija, siempre habrá decisiones que cuestan, que duelen, que molestan, que exigen sacrificio pero que no por eso dejan de ser decisiones, elecciones conscientes.
Entendí que hay experiencias que preferiría no vivir, pero que están inevitablemente en el camino de la persona que quiero ser, y que si elijo ser esa persona, no puedo dejar de elegir los trozos del camino que no me gustan, pero que me llevan a ella.
En el Evangelio de hoy, Cristo llega a su pueblo, y no se entiende con sus coterráneos, porque simplemente están anclados en lo que han aprendido que tiene que ser, en lo que debe ser, y no son capaces de ver más allá.
Un Cristo que dice que el sábado es para el hombre y no al revés, que acoge a los pecadores en vez de excluirlos, que toca a los leprosos, que alaba la fe de un soldado romano es más de lo que ellos están dispuestos a elegir. Seguir a un Cristo que no sólo predica el amor y la misericordia sino que, cuando predica no obliga, no dice que tiene que ser así, sino que, por el contrario, dice siempre: si quieres es entrar en el proceso de pasar de la esclavitud del tengo que a la libertad de elijo, y ese proceso es liberador, es iluminador, pero da mucho miedo, porque hace que asumamos la responsabilidad por nuestra propia vida.
Y es que no es la «gente mala», ni las circunstancias adversas, ni las miserias de la Iglesia las que me hacen miserable, insolidario o inmisericorde. Es lo que elijo, con mayor o menor viento en contra, lo que define la identidad de mi vida, y el sentido que quiero dar a mis días.