Por Jorge Fuentes
La Habana.- La política contra Cuba no la hará ni Biden ni Trump, es un eco del apuro de José Martí por alzarnos en la manigua a nosotros y a los puertorriqueños y la desgracia de su muerte antes de tiempo. Es la respuesta a la Reforma Agraria que en 1959 hizo la Revolución cubana, menos radical que la que los estadounidenses hicieron en Japón, pero que arrasó con las tierras de propiedad yanqui y convirtió a usufructuarios pobres, aparceros y precaristas en hombres libres. Es la pérdida de nuestro azúcar, tan necesario para su industria en aquella época. Es la nacionalización de las refinerías de petróleo, de la Cuban Electric Company y la Cuban Telephone. De todas las propiedades de la burguesía cubana. La prohibición de un turismo de playa y juegos de azar. La liquidación del trasiego de cocaína por la mafia en líneas aéreas como Aerovías Q, uno de los tantos negocios de la dictadura.
Ni el presidente actual, ni los que vengan, nos van a perdonar, ni el Congreso ni el Senado, ni los políticos de origen cubano, remanente de la burguesía que entregó sus banderas al gobierno y al ejército de aquel país, ni el poder real, propietario de las transnacionales y el Complejo Militar Industrial que son los verdaderos gobernantes. Ya no hay URRS que nos apoye y de hecho nos salve, el socialismo (comunista) es asiático y los adversarios le temen más por sus éxitos capitalistas que por sus avances socialistas. Las condiciones que el marxismo llamó objetivas, han cambiado de forma global. Estamos ante una situación geopolítica como la que apuró a José Martí, pero su magnitud es enorme y nos sobrepasa.
El derecho internacional está en crisis y la ONU es la señal y el símbolo de la desobediencia y la simulación. Todo parece indicar que los países socialistas ya no son, ni quieren, ni pueden ser, como el Campo socialista y la URRS fueron en el siglo XX. Del mismo modo que el socialismo a escala mundial pretendió acabar con el capitalismo y ello formaba parte de su destino histórico, porque sabemos dónde y cuándo se decidió que podía ser en un solo país, el capitalismo pretende lo mismo. Es un duelo donde hemos estado en desventaja tecnológica, capacidad de producción de bienes, productividad, imposibilidad de exportacion y tantas otras cosas.
Los yanquis debieran dejarnos tranquilos (no sólo a nosotros), pero su misión histórica consiste precisamente en lo contrario. Al mismo tiempo, la distribución de la riqueza es vergonzante: el 1.1% de la población adulta controla el 45.8% del total mundial. Es decir,: «en 2022 los millonarios del mundo poseían casi la mitad de la riqueza neta de los hogares» a lo que hay que sumar el daño ecológico, muchas veces irreversible. Marx está vigente. Pero el socialismo necesita de otros cerebros que lo complementen y que sean capaces de situarse en la realidad dos siglos después de sus prédicas, con todo el aval científico que no conoció. Para partir de la teoría de Marx y Lenin en primer lugar hay que conocerla, ellos no dejaron espacio para el desconocimiento y la incultura, en particular política. La política exige un esfuerzo cultural, de conocimiento y una gran sensibilidad humana.
Probablemente mi generación, que ya ha terminado, no tenga la visión, ni la nueva cultura científica para solucionar los problemas que tiene Cuba, pero sí para señalar algunos. Se debiera pensar lo que dijo el compañero Fidel: no ser un obstáculo, jubilarse es también un modo de ser revolucionario.
Estoy convencido de que el socialismo, tal y como lo conocimos, no volverá jamás. El pueblo debiera saber que hay que tomar nuevos caminos y que aún tomándolos no nos garantiza el triunfo. América Latina, donde debían estar integrados y protegidos nuestros intereses nacionales, se ha decidido, a falta de otra alternativa y después de muchos fracasos, por el progresismo y la utilización del parlamentarismo tradicional (burgués) y la democracia representativa. Al mismo tiempo la derecha toma posiciones, a veces con el apoyo popular. Los líderes de la izquierda, en no pocas ocasiones, no se diferencian en su modo de vivir y actuar de sus adversarios y cada cierto tiempo pierden la confianza de los electores igual que ellos. La alternancia es ley, un tiempo la izquierda y otro la derecha. De cualquier modo la distinción genial que hizo el capitalismo, diferenciando el gobierno del sistema y de la que nosotros no queremos aprender, ha creado la esperanza de que las cosas siempre pueden solucionarse con un nuevo presidente o un nuevo gobierno. La culpa de los desastres son del gobierno, no del sistema. Cuando cambia el gobierno y continúan los desastres se repite el procedimiento, como en el cuento de la buena pipa. Nosotros, los socialistas, hemos considerado que todo es lo mismo y con ello, además del aburrimiento, hemos puesto muchas veces en peligro al sistema. Estados Unidos no quiere un cambio de gobierno para nosotros sino de sistema. Nosotros también para ellos, pero no tenemos ni la fuerza, ni la determinación de las masas, ni la influencia en los medios de comunicación, en buena medida porque no hemos hecho lo que prometimos desde varios siglos atrás: «satisfacer las necesidades siempre crecientes de la gente», Hemos repartido la pobreza, y el propio Marx calificó a eso de «socialismo vulgar». En nuestro caso, el futuro que prometimos no es el que estamos viviendo y hay que encontrar el modo de revertirlo, sIn URSS y con un bloqueo que no controlamos y mucho menos la ONU. Las personas no pueden percibir que el socialismo es falta de alimentos, inseguridad, falta de viviendas y transporte. Si algo no va a permitir el progreso y va a ser utilizado para desligitimarnos, hay que calcularlo. Eso se llama Política.
El asunto de los ingresos actuales en nuestro país y la protección de los jubilados y pobres, constituye el verdadero problema ideológico, entendida ideología como lo veía el joven Marx: visión falseada de la realidad. Es decir, no como es sino como queremos que sea. La inflación crecida hasta irse de las manos, la falta de incremento del salario y las jubilaciones como consecuencia de una crisis financiera profunda, el bajo nivel de producción, la falta de inversiones y créditos, los errores inversionistas, los graves problemas en la agricultura y la propiedad sobre la tierra, la falta de combustible, la caída del transporte y el tiempo que demora la adaptación de las nuevas entidades privadas medianas y pequeñas, además de la ineficiencia e irrentabilidad del sector industrial y agrícola estatal, base real de la continuidad del socialismo, constituyen obstáculos al desarrollo. Pero cómo salir de esta situación sin ubicarla en el contexto de los problemas geopolíticos que agobian al mundo en que vivimos. No es sólo fe y disposición lo que necesitamos. Nuestra fe debe radicar en una economía que funcione. En el entendimiento de que el socialismo es un hecho socioeconómico concreto, del que debe derivarse una dialéctica recíproca de estado de conciencia.
Hay que seguir demostrando, ahora en la vida cotidiana, pero no menos importante para todos, que el socialismo es mejor. Hay que demostrar que en el socialismo se pueden hacer tres comidas al día al menos, que los hijos pueden desayunar y llevar la merienda a la escuela, que se puede tomar una guagua para ir al trabajo, que la familia y los hijos pueden progresar. Eso se hace con trabajo. No hay otra manera, pero no habrá trabajo sin estímulo. No habrá trabajo sin la idea del progreso futuro. Sin saber hacia donde vamos. Si esto no puede ser porque el bloqueo de los Estados Unidos no nos lo permite, tendremos que con inteligencia, pero también con audacia, encontrar un modo de vivir y sostenernos, nuevas alianzas, pero sobre todo habrá que aumentar las formas de participación popular en las decisiones… Hablarle claro al pueblo y que el pueblo hable claro. Escuchar la voz de la clase obrera y los campesinos, el resto de los trabajadores, los científicos, artistas y estudiantes y jóvenes, con fraqueza y espíritu revolucionario, un diálogo para escuchar y debatir lo que piensan, no para oir lo que queremos. Sobre la base de la independencia nacional, la soberanía y la defensa de un socialismo posible, debemos dialogar con nuestra gente, abrirle paso a la transparencia de los asuntos, incluídos los geopolíticos, los problemas y las decisiones. No permitir que burócratas acomodados, especuladores y corruptos, pretendan vivir de nosotros. Sumar partidarios que fortalezcan la nación cubana. Ni Biden, ni Trump. Nosotros y José Martí.
(El autor es cineasta y profesor de la EICTV y FAMCA)