Por Carlos Cabrera Pérez
Madrid.- Éramos pocos y parió la abuela es la mejor frase para describir el escalofrío que -desde la noche de este jueves- recorre la espina dorsal del tardocastrismo, temeroso de que el virtual candidato republicano consiga la nominación, gane y les vire el dominó.
Ni siquiera los liberales CNN y The New York Times han podido esta vez paliar la derrota dialéctica de Biden; circunstancia que abrirá una lucha entre el ego del presidente y la corriente demócrata que lleva tiempo insistiendo en mandar al abuelo al banco y postular a un Aroldis Chapman que consiga colocar al burro por delante del elefante.
Pese al lloriqueo continuo de la casta verde oliva y enguayaberada, la administración Biden le ha permitido que exportara el descontento post 11J; hasta el extremo que la avalancha migratoria cubana y de otras naciones pobres influirá en la contienda de noviembre.
Cuando un gobierno por totalitario que sea, hace depender su política de lo que ocurra en un país vecino, por poderoso que sea, el fracaso está servido y, lo que busca la dictadura más vieja y mentirosa de Occidente, es legitimar su continuidad por la bronca con los yanquis, para quienes Cuba resulta irrelevante geopolíticamente desde que el Kremlin comunicó al Soviet de Mabay que se acababa el pan de piquitos y que los taínos lucharan su yuca.
El puesto de director de Estados Unidos en la cancillería cubana sigue vacante, pese a los denodados esfuerzos de la pionera Johana Tablada por conseguirlo, pero su florida pañoleta no consigue persuadir a la mandancia, que está pensando en repatriar a la embajadora en Holanda para encargarle la dirección de Asuntos Jurídicos. ¡Menudo empingue tendrá la muchacha, si la obligan a cambiar los tulipanes por la flor de peo!
El retiro de Fidel Castro y la hegemonía de Raúl provocó -entre otros males- que los mejores expertos cubanos sobre Estados Unidos fueran apartados de manera discreta, como fueron los casos de Alina Amaro Alayo, Néstor García Iturbe y Ramón Sánchez-Parodi o brutalmente, como hicieron con Fernando Remírez de Estenoz, suplantados por Alejandro Castro Espín y su pelotón, consumados especialistas en Yugulí con llantas cómicas y las postalitas de En silencio ha tenido que ser.
Tras el portazo suicida al embullo Obama, guardias viejos, agentes de influencia en Estados Unidos y gusañeros, protagonizaron un ejercicio de masturbación colectiva; pregonando una victoria electoral de Hillary Clinton, pero llegó el compañero Trump y convirtió el revés en victoria. Aunque Clinton hubiera ganado, la relación bilateral sería diferente al esfuerzo Obama, como ha demostrado Biden.
De aquellos males, vienen estos lodos y -cuando un gobierno por totalitario que sea, hace depender su política de lo que ocurra en un país vecino, por poderoso que sea- el fracaso está servido porque lo que busca la dictadura más vieja y mentirosa de Occidente es legitimar su continuidad por la bronca con los yanquis, para quienes Cuba resulta irrelevante geopolíticamente desde que el Kremlin comunicó al Soviet de Mabay que se acaba el pan de piquitos.
El problema de Cuba es la incapacidad de la tiranía para generar libertad, riqueza y justicia social y no las relaciones con Estados Unidos, ahora salpicadas por la puerilización del ejercicio del poder con pujos facilones para intentar desvirtuar el drama del empobrecimiento y la desigualdad; como ese insulto de Díaz-Canel sobre guapear la comida, al margen de la OFICOLA. ¡Menudo descubrimiento!, guapeando la comida y la medicina llevan años los cubanos, que agradecen los pollos Made in USA desde el convencimiento que los yumas son los malos que hacen cosas buenas y Limonardo y Cara de Globo los buenos que hacen cosas malas.