Por Alden González Díaz ()
Santiago de Cuba.- Paso trabajo para definir quién es mi cantante favorito, inclusive eso varía según etapas y se hace más difícil en la medida en que uno va descubriendo talento nuevo, o viejo que no había escuchado. Sin embargo hace mucho tiempo tengo la certeza respecto a mi cantante favorita (que ya creo que lo será siempre).
De esa cantante me gustan muchos discos, pero también sé que mi preferido es ‘Tua’, un álbum de 2009 que contiene un track llamado ‘Remanso’, en el que hay un solo de mandolina que es un tratado de comunicación. Gracias a Maria Bethania yo descubrí a Hamilton de Holanda.
Hamilton de Holanda es uno de los músicos vinculados a toda la escena del jazz, latin jazz, instrumental o experimental más comunicativos que conozco. Hamilton ha puesto la mandolina −ese instrumento inusual en esos ámbitos− a otro nivel. De hecho, desde mi modesta perspectiva, su transformación del instrumento respecto al tradicional (hace más de 20 años a los cuatro pares de cuerdas tradicionales le aumentó otro par, en Do, hacia lo grave) ha privilegiado lo expresivo, en detrimento de la subliminal ostentación de superioridad inherente a los habitantes de poblaciones de instrumentistas. Su obra discográfica es ejemplar en cuanto a conceptos de producción, de su vasta discografía resalto dos discos ‘Samba de Chico’ y ‘Casa de bituca’, tutoriales de sonido.
Y viene entonces la vida y le regala a uno un disco de Hamilton de Holanda nada más y nada menos que con Gonzalo Rubalcaba. Con Gonzalo, que para mí es una de las cimas en eso de comunicar la introspección, desde la diferencia de su sonido marcadamente personal y su estilo signado, a mi modo de ver, por una gran virtud que no ostentan muchos: la multidecodificación.
Quien quiera entender cómo el virtuosismo se mira al espejo, cómo dialoga con sí mismo que escuche este disco. Collab se llama y es además una oda a la fluidez, a la dinámica, es referencial en el arte del acompañamiento (los momentos acompañantes son tan disfrutables como los solistas). Este disco es como una amena conversación de varios temas. Siendo el origen tímbrico tan dispar, lo que han hecho todos los que diseñaron la producción merece muchísimo respeto, pues el sonido supera las expectativas que ya uno se hace al saber que participaron cracks como Carlos Álvarez, Gabriel Musy o Andre Dias.
Aprovecho esta oportunidad para hacer saber en el lugar que tengo a gente que está detrás de los conceptos de producción de suprema calidad que imperan en la música brasileña de cualquier estilo y lo influyentes que fueron en trabajos que alguna vez emprendí. Admiro demasiado a gente como Moogie Canazio, Felipe Tichauer, Marcelo Saboia, Gabriel Pinheiro, Álvaro Alencar, Carlos Freitas, Roger Freret, Ricardo Dias, Leo Bracht y por supuesto Gabriel Musy y Andre Dias, entre un largo etcétera de profesionales que doy por hecho que tienen como premisa dotar de alma cada grabación. El sonido brasileño es otra cosa.
Un gran amigo recién fallecido, a cuya sabiduría le debo demasiado, siempre decía algo parecido a que el que tiene bomba puede poner todas las notas que le dé la gana y al que no la lleva ni una nota le suena. Ya se puede imaginar entonces el desastre que es que quien no la lleve tenga incontinencia de notas o sea un fisiculturista armónico. Por ahí anda la explicación de muchas cosas. Sé, porque lo sé, que algunos de sus colegas (sobre todo de los que andan en el “fisiculturismo”) no entienden por qué Gonzalo sí y otros no, y eso es aplicable a los que se preguntan por qué Brad Mehldau sí, por qué Antonio Adolfo sí o por qué Joey Alexander sí. El truco está en la comunicación (porque claro, sin llevarla no se puede comunicar).
Este post, esta gran muela, va de preferencias, no tiene ínfulas de reseña ni nada de eso. Que solamente sirva para que escuchen Collab, un disco que no paro de oír por estos días.