Por Carlos Cabrera Pérez
Madrid.- María C. Werlau, que acaba de ser reconocida por Estados Unidos por su investigación minuciosa de la trata castrista con médicos y otros profesionales de la salud, es una cubana que ha hecho de la capacidad de prescindir y servir, su virtud más coherente.
Graduada en Georgetown University, fue banquera con una carrera brillante, llegando a la vicepresidencia del Chase Manhattan Bank, pero el tema cubano siempre la estuvo rondando hasta que en 2000, parqueó su carrera profesional, se lanzó al ruedo y fundó Archivo Cuba, una tarea ciclópea que abarca desde los muertos y desaparecidos, durante las dictaduras de Fulgencio Batista y Fidel Castro, hasta la colonización de Venezuela por La Habana, pasando por la cruzada bélica y mercantilista en Angola.
Werlau es una hormiguita alérgica a las luces y monerías de muchos que han hecho de la libertad de Cuba su modus vivendi para alegría de la casta verde oliva y enguayaberada, que aplaude los actos fallidos de ególatras adversarios; incluidos los postalitas que han intentado apropiarse de los resultados del trabajo de Archivo Cuba para montar su negocito de la libertad que no va a ningún lado, solo a su bolsillo y ego.
Otra cualidad de María C. Werlau es su olfato para descubrir temas dolorosos para Cuba y abordarlos con un enfoque científico, alejado de todo sesgo ideológico y de una rigurosidad estremecedora que solo cuantifica y valora aquello que consigue comprobar fehacientemente, como hace con la desdicha de los médicos y sanitarios cubanos que la tiranía alquila al mejor postor, escondiendo su usura esclavista con el insulto de solidaridad.
El padre de María, combatiente de la Sierra Maestra, que en 1959 adivinó de dónde eran los cantantes y se alejó, volvió en 1961 y desapareció en las arenas de Playa Girón o vaya usted a saber, porque la dictadura lo dio por desaparecido y punto; como a tantos otros.
Ante la conmovedora ausencia forzada del padre desconocido, Werlau renunció a cualquier tentación de ira o venganza, a una carrera brillante en la banca del mercado más dinámico del mundo y se consagró a dejar testimonio de la tragedia que asola a Cuba, con datos irrebatibles.
Solo las personas honradas viven en la gracia de prescindir, en la virtud de servir a su país y sus semejantes sin esperar nada a cambio, renunciando a destellos efímeros y dedicándose a borrar ausencias para que ninguna familia cubana sufra el olvido de sus deudos aniquilados por la brutalidad verde oliva.
María sabe que la maquinaria represiva castrista opera de manera calculada, es fruto de tácticas y estrategias muy bien estudiadas y se vale de un andamiaje gigantesco que opera en todos los niveles de la sociedad, no importa las formas que escoja para reprimir.
Si Cuba no tuviera a María Werlau, tendríamos que inventarla entre todos los demócratas de la isla para salvar y salvarnos, porque una mujer flaca y feliz ha devenido en faro ante tantos extravío y adversidad, aunque para ello deba renunciar a compartir gratos momentos y espacios con su primera nieta y su fiel Enrique, otro cubano necesario para la causa más justa del mundo.
Cuando alguien aprende a renunciar, despojándose de cualquier atisbo de vanidad, resulta imbatible; como María C. Werlau que -hace muchos años- descubrió que un ser humano solo vale cuando sirve a los demás.