Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Mi madre me hacía unos duros fríos buenísimos, con mangos de la mata del patio y leche condensada. Yo prefería los que me vendían Isolina y Joseíto Márquez a dos centavos. Las pelotas me costaban 10 centavos en la quincalla de Adea y Humberto frente al parquecito Martí y eran mis preferidas por encima de las profesionales de jugar béisbol.
Me regalaron una bella y flamante carriola y yo me montaba en mi destartalada chivichana.
Ignoraba la deliciosa cena que me hiciera mi madre y prefería mil veces las fritas que hacía Medina frente al parque central.
Un domingo mi padre -quien jamás cocinaba- se esmeró haciendo un arroz con pollo a la chorrera. Yo llegué de la calle y le dije: “No, viejo, no quiero, estoy lleno, me comí dos frituras de bacalao en el puesto de Cabeza”…
Prefería mejor la chiringa que el papalote, me gustaba más el Tomeguín del Pinar que el bellísimo Tocororo.
Me gustaba más el vetusto televisor Zenith de 17 pulgadas, que el Admiral nuevo de 21 pulgadas que después trajo mi padre.
Disfrutaba más del humilde conjunto de Che Matienzo -que tocaba de puerta en puerta durante las Navidades esperando una paupérrima propina- que la afamada Orquesta Aragón de Cienfuegos.
De grande en California prefería al “Semanario 20 de Mayo” que “Los Ángeles Times”; en Florida me gusta un millón de veces más “Libre” que el Miami Herald.
Y en Cuba libre Manolo Amich me ofrece ser capataz del rancho “El Cautillo” en Oriente y yo aspiro a ordeñar vacas en la finca “El Mamey”, cerca de Güines.