UNOS NUDOS, UNA GORRA Y LA PRIMERA NOVIA

LECTURASUNOS NUDOS, UNA GORRA Y LA PRIMERA NOVIA
Por Ricardo Acostarana ()
La Habana.- En 2007 yo estaba en noveno grado y era jefe de Exploración y Campismo de mi secundaria. No sabía ni si quiera el nombre de los nudos. Para mí las pistas y señales era como jugar con los ojos vendados a Pokémon Go.
Para diciembre de ese año, en La finca de Los Monos se realizó una competencia municipal de la categoría. El jefe de Exploración y Campismo de la Ormani Arenado hizo el ridículo delante de las otras escuelas.
No obstante, en la noche, ya fuera de la competencia, le hice un amarre a una pieza. De alguna manera tenía que demostrar que no estaba ahí por gusto, que yo me había ganado por derecho propio ser jefe de Exploración y Campismo de mi escuela. Aunque creo que, como casi siempre sucede hasta el sol de hoy, el amarre me lo hicieron a mí.
El empalme era sencillo: besos, apretones y abrazos. Yo no pretendía más allá de eso. No sabía más allá de eso.
En esa competencia conocí a una muchacha, la pieza era otra.
La muchacha estudiaba octavo grado en otra escuela del Vedado. El único roce entre nosotros fue el bonche inocente y la jarana de dos adolescentes sin maldad. Yo usaba una gorra de tela verde oliva con una estrella roja cosida en el frente que no me quitaba, y ella la quería a como diera lugar.
El cuartel general de los adolescentes de esos años era el parque de G. Allí los dos coincidimos, nos miramos, nos reconocimos de otra manera par de veces luego de la competencia.
La muchacha seguía empecinada en la gorra y yo en la muchacha. Teníamos una amistad en común. Una muchacha de mi aula que asistía a la misma iglesia de la muchacha.
En algún domingo cercano mi compañera de aula le entregó a la salida de la iglesia una carta anónima. Ella supo de sobra quién era el remitente de la carta. La carta aún existe, y puede ser vista en la sala uno del museo «Cosas que hice antes de la aparición del internet y el sexo».
Puede ser una imagen de 1 persona, sonriendo y sombreroLa muchacha leyó la carta y por supuesto que le encantó. Era una carta escrita con la caligrafía de un adolescente que leía a Roque Dalton y usaba un alter ego por cada libreta de poemas que terminaba.
El siguiente fin de semana nos volvimos a ver. Cada uno andaba con su grupo de amigos. Cero cigarros y cero alcohol, diosmiodemivida.
Ella no me habló de la carta. La indiferencia postal me mató, pero hizo efecto porque en algún momento de esa noche la busqué entre la gente, parque arriba, parque abajo y la vi. Me mandé a correr hacia ella y por detrás le enganché la gorra y le dije al oído que ahora la gorra era suya, era mi regalo por su indiferencia.
Feliz año nuevo 2008 para todos. En tres meses cumplo 15 años.
El 25 de febrero aquella muchacha andaba con unas amigas caminando la ciudad. Así también era como se celebraba un cumpleaños por aquellos años.
De regreso al Vedado se sentaron en la cafetería de 23 y 16, el Pan con Perro del Frankfurt.
Esa tarde mi alter ego se puso las pilas porque mi alter ego y mis casi 15 años no dejaban de pensar en la muchacha.
Casi sin quitarme el uniforme, caminé hasta Galerías de Paseo a comprarme un reloj. Fue lo primero que me compré sin la presencia de mis padres. Recorrí la tienda solo, por primera vez. Saqué un billete de 20 ceucé y me puse en la muñeca izquierda el regalo por adelantado de mi cumpleaños.
Subí casi trotando la avenida de Paseo. Me llevaban de la mano mi instinto y las hormonas, mi calentura y aquel «tercer poema de amor» de Dalton:
A quienes te digan que nuestro amor es extraordinario
porque ha nacido de circunstancias extraordinarias diles que precisamente luchamos
para que un amor como el nuestro
(amor entre compañeros de combate)
llegue a ser en El Salvador
el amor más común y corriente
casi el único.
Me planté en los bajos de su casa. No recuerdo si grité su nombre o toqué la puerta de entrada o dejé un recado con algún vecino.
Decepcionado de mi idea de buscarla, de verla aunque no supiera qué decirle, caminé hasta mi casa por todo 23 y doblé por la esquina del Frankfurt y la vi, nos vimos.
Aquella muchacha casi se atraganta cuando me crucé entre la conversación con sus amigas y su pan con perro.
Salió, hablamos, nos sonrojamos, nos pusimos nerviosos, y el niño de casi 15 años le plantó un beso en la boca, y como buen jefe de Exploración y Campismo pensó que no podía hacer el ridículo con su, desde ese día, primera novia.

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