Por Juan Carlos Reyes (Cuba, Historias no contadas)
La habana.- La misiva enviada por Máximo Gómez al presidente William Mckinley es uno de los acontecimientos históricos más cuestionados en nuestra historia. En mi opinión, marca el comienzo de lo que sería la primera intervención norteña en la isla.
Gómez había escogido para esta misión a Enrique Conill, su ayudante personal, quien había dejado su acomodada vida en Francia como miembro de una de las familias más adineradas de la Isla, para incorporarse a la gesta.
A diferencia de lo que muchos piensan, la guerra no estaba ganada, y las tropas cubanas cada día padecían más penurias, por lo que la decisión del Generalísimo no estuvo del todo desacertada.
Mckinley desde hace tiempo abogaba por la independencia de la Isla del colonialismo español e hizo todo lo posible por proveer a las diezmadas tropas cubanas.
Otro aspecto a tener en cuenta fue la muerte del Titán de Bronce, un duro golpe para Gómez y para la causa independentista. No obstante, a diferencia de lo que nos enseñaron en la escuela, la intervención norteña en el conflicto bélico fue más que necesaria, a pesar de que no se pudo escapar del hegemonismo propio de la política norteña.
España perdía una de sus más valiosas colonias en América y de esta manera nacia un nuevo orden mundial.
La nación cubana comenzaba una nueva etapa como República, con aciertos y desaciertos, pero en apenas cincuenta años llegó a ser uno de los países más prósperos del continente, alcanzando índices económicos envidiables para una nación que quedó totalmente desvastada después de treinta años de guerra.
El adoctrinamiento a que hemos sido sometidos durante varias décadas también le ha pasado factura a nuestra historia, la cual ha sido muy mal contada en los últimos años. Aquella tan criticada política de la fruta madura, le trajo mejores dividiendos a nuestra nación, que la actual política de igual carácter anexionista.