Por P. Alberto Reyes
A propósito del XII Domingo del Tiempo Ordinario
(Evangelio: Marcos 4, 35 – 41)
Camagüey.- Los Evangelios no son crónicas sino la transmisión de la experiencia de fe de las primeras comunidades. ¿Cuál es la situación que describe el pasaje de hoy?
Dice que hay “varias barcas”, porque es la realidad de las distintas comunidades cristianas, que tienen que enfrentar una tormenta que amenaza con destruirlas, mientras el Señor parece estar no sólo ausente sino muerto, pues el término que traducimos como “cojín”, en el cual Cristo apoya su cabeza, es el cojín que se usaba para poner debajo de la cabeza del que había muerto.
Es la realidad que ha vivido la Iglesia una y otra vez: situaciones desesperadas, angustiantes, sin salida aparente, mientras da la impresión que el Señor no escucha, no responde, no interviene… hasta un momento, el momento en el que se manifiesta, y nos hace entender no sólo que sí estaba atento y presente sino que, increíblemente, se ha servido de las fuerzas del mal para poner en marcha su plan de salvación y de amor, el
plan que nos conduce a la paz.
Cuba parece hoy ese escenario, donde se ha desencadenado el mal. Más allá de las carencias de todo tipo y de la problematización de lo más mínimo, vivimos un ambiente de censura, represión y cárcel para todo aquel que se atreve a levantar la voz pidiendo un cambio. Por otra parte, la confluencia de la escasez, la incertidumbre y la falta de valores morales ha disparado eso que llamamos la “miseria humana”, que nos hace vivir en alerta ante un mundo ciudadano de mentiras, manipulaciones, timos y dobleces. De la mañana
a la noche vivimos molestos, disgustados, lo cual genera un clima de agresividad, de roces y estallidos por la más mínima cosa. Y por si fuera poco, la emigración continua, con su larga cola de abandonos, hogares rotos, desuniones y soledades…
Luchamos día tras día contra la tormenta. Rezamos, imploramos, clamamos… ¿dónde estás, Señor?, ¿hasta cuándo? ¿Terminará algún día esta tormenta eterna o acabaremos hundidos en el mar, destruidos para siempre?
Ante esto, sólo dos preguntas por respuesta: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”.
Sí, tal vez nos falta fe, tal vez no hemos comprendido que Dios no da una puntada sin hilo, tal vez lo que sucede es que nos hemos empeñado en tener a un Dios a nuestra disposición, para que intervenga según nuestro mandato y derrote y humille a nuestro gusto a los que nos oprimen.
Tal vez nos falta fe, y tal vez no hemos entendido todavía que el gran reto de las tormentas es fortalecernos, y aprender a enfrentar las fuerzas del mal desde la solidaridad, la ayuda mutua, la preocupación por el otro.
Tal vez no hemos entendido que el reto que tenemos delante no es tanto vencer la tormenta sino impedir que la tormenta nos corrompa el alma, preservar el corazón del odio y del mal que son, en realidad, las causas de las tormentas.
Tal vez no hemos entendido que el gran reto es sacar lo mejor de nuestras fuerzas y de nuestra bondad, para que el día en que el Señor se manifieste y llegue la paz, podamos construir una tierra, nunca mejor dicho, con todos, y para el bien de todos.